jueves, 3 de enero de 2019

La caja (Marcos de Manuel)

Al borde del cabo Vilán, entre el faro y el eterno azul, está Zoe. Dispuesta a acabar con todo, contempla la inmensidad de aquel horizonte con la única pertenencia que llegó a ser importante para ella: una vieja caja de puros. Zoe había decidido cambiar de dirección en su vida, romper con todo y tod@s, volver a empezar de cero. La magnitud de los motivos poco importaba; era aquella sensación de haber agotado una vía la que le empujaba a dar un vuelco a su destino, y el modo más directo de hacerlo era dejar que las olas destrozasen aquella caja de la forma más violenta.

Zoe guardaba allí sus sueños y recuerdos de infancia. Con diez años inauguró la caja con una foto de Kika, una perrita de agua que fue la mejor de las amigas; también guardó a los quince unos pendientes rojos de fantasía que le regaló su primer novio, al que no volvió a ver después de acabar aquel curso; con la mayor de las ilusiones guardó una partitura de “Nuvole Bianche”, con la que soñaba crear la más dulce de las melodías. Todas las vidas de Zoe convivían en aquella raída caja, desde cromos de “Candy-Candy” (por encima de todos, uno en el que sale Anthony) hasta cassettes de Dover y Los Piratas, pasando por la cabeza de una Chabel con su sombrero (lo único con vida que dejó Kika de la desdichada muñeca); atesorando en su alma innumerables emociones asociadas a aquellos objetos de los que hoy debe despedirse.

Ahora Zoe, decidida a desprenderse de su pasado, por duro que resulte, se ha resuelto a cambiar de camino en busca de la felicidad y alejarse de una vida que había acabado por agotarla. Tirar aquella caja de puros al mar es el primer y más duro paso que ha de dar. Aún a sabiendas de ser incierta la meta, la mera esperanza le anima a seguir adelante; trazar un rumbo y apostar sin conocer la meta que le aguarda. Una oportunidad para avanzar y mejorar como persona.

Con lágrimas en los ojos echa un último vistazo a aquella caja de madera que no volverá a ver. En esa batalla entre presente y tesoros de tiempo, comprende, a la vez que florece una sonrisa en su boca, que sus raíces de juventud siempre serán parte de Zoe, de sus caminos y su destino. En el último momento resuelve abrir la caja, que parecía llorar por su marcha al olvido, y recoge de su interior la pequeña imagen de Anthony y la partitura de piano, pues sabía que los sueños de infancia y la música nunca le abandonarían en sus nuevos horizontes. El resto fue arrojado al océano, mientras una lágrima y una sonrisa dibujaban su rostro.

2 comentarios:

  1. Buen relato. Ese renacimiento entre la tristeza y la alegria. Una dualidad perfecta
    Javier de la Iglesia

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