martes, 23 de junio de 2020

PUNTO DE PARTIDA (Javier de la Iglesia)

La inhalación fue profunda y muy ruidosa a medida que me incorporaba en la cama quedando sentado solo por unos segundos, pues no se ni como, me vi de pie en el suelo, descalzo y respirando muy hondo y rápido, totalmente agotado. Estaba mareado y ni siquiera distinguía lo que había a mi alrededor porque mi visión era borrosa. Me costaba mantenerme en pie, pero lograba conseguirlo. De sopetón un sudor frío envolvió húmedamente todo mi cuerpo. Demasiado frío. Ahí fue cuando me di cuenta que estaba desnudo. Me abrazaba a mí mismo para combatir la tiritona mientras en medio de mi borrosa visión empezó a aparecer un diminuto punto muy brillante y de él emanaba una luz potente que era lo único que conseguía ver en ese mismo instante.

Una voz susurrada me llamaba. “Ven” me decía, pero yo estaba un poco aterrado, aquella sensación me producía más miedo que otra cosa. Todo era borrosa incertidumbre. Negrura en la que me veía sumido y solo aquel punto brillante al final.

Mis pies empezaron a sentir aquella sensación, como cuando estás en la orilla y el agua del mar se lleva la arena bajo tus pies hacia el interior del océano. Pero allí no había agua por ningún lado, es más, casi ni podía verme los pies a causa de la tenebrosidad, pero sentía como si la resaca me arrastrase mar adentro, hacia aquel punto brillante que se hacía un poquito más grande a medida que me acercaba sin mover los pies. Como si una fuerza invisible me empujase sin yo quererlo, una fuerza invisible que tenía por banda sonora ecos de voces que iban y venían, que se superponían, que a pesar de ser casi susurros rebotaban en mis tímpanos haciendo que me echase las manos a la cabeza para mitigar el dolor que me producían. Algunas de esas voces se me hacían conocidas, pero no era capaz de distinguirlas. Todas me decían lo mismo: “Ven”

Sentía un profundo y agobiante miedo. Quería despertar de aquel sueño, gritar, pero era imposible, parecía que mi cerebro se paralizara en ese punto y me torturaba haciéndome sentir todo lo que pasaba a mi oscuro alrededor sin poder hacer nada al respecto. Aquella oscuridad se estaba clareando cada vez más pues el punto brillante se hacía grande dejando pasar luz a través de él. Y con esa luz venían las caricias acompañadas de las voces que seguían incesantes llamándome. No podía ver nada, pero sentía manos suaves que me acariciaban por todo el cuerpo, arropándome y dándome un extraño calor cada vez que en mi piel se posaban esos roces placenteros que disipaban la humedad de mi frío sudor.

Tuve que empezar a entornar los ojos porque la claridad que venía de aquel punto que cada vez se hacía más y más grande me empezaba a molestar. Notaba que la velocidad con la que avanzaba sin mover los pies era cada vez mayor. Aquella fuerza que se había apoderado de mi me llevaba veloz hacia la luz. Llegó a un punto que todo fue caos. La velocidad, las miles de voces como venidas de los antepasados y las caricias invisibles que daban calor a mi cuerpo, aquella luz que aumentaba en proporción al tamaño del punto que se agradaba por segundos y… todo cesó. La sensación era inmensamente placentera. Me notaba flotar rodeado de una luz cálida y silenciosa en la que me vi envuelto de repente, que no me dejaba ver nada más allá, al igual que la negrura de hacía unos segundos. Pero ahora no era agobio. Era placer, libertar infinita, mucha luz, la temperatura perfecta que mi cuerpo desnudo disfrutaba suspendido en aquella ingravidez era inexplicable con palabras. Mi alma nunca había sentido tal sensación dando vueltas en el aire movida por una fuerza ajena a mí.

Pero todo fue muy efímero. En una de esas vueltas volví a ver un punto. Pero esta vez era negro. Un punto al que aquella fuerza me acercó en cuestión de segundos a la misma velocidad de un rayo. Un punto que se hizo también grande de nuevo y que me tragó, volviendo rápidamente a la oscuridad de antaño llena de voces y frío que poco a poco volvieron a desaparecer hasta llegar otra vez a la habitación. Al punto de partida. Pero esta vez no estaba mareado y podía verlo todo con más claridad, pero en absoluto silencio. Ahora no podía oír, pero si ver la pared blanca frente a la que me hallaba y que nunca antes había visto. Levanté la cabeza. El techo también era desconocido y tan blanco como la pared. Me giré lentamente sobre mis pies descalzos y pude ver lo que había tras de mí. Alrededor de una cama de hospital estaban varios médicos afanándose en su urgente trabajo. Había manchas de sangre en las sabanas y en alguna de las batas de los doctores. Encima de la cama una persona ensangrentada sobre la que luchaban los sanitarios. Nadie parecía haberse percatado de mi presencia allí. Me acerqué con cautela y cuando lo vi me desplomé de manera súbita. El cuerpo accidentado sobre la cama era el mío.

El ruido empezó a sonar de lejos otra vez. Pero ahora no eran las mismas voces de antes. Se oía ajetreo y varias personas hablando. Las caricias de antaño se tornaron en comprensiones sobre mi pecho y las voces se acercaban cada vez más. La luz fue llenando mis ojos poco a poco a medida que los iba abriendo y el dolor empezaba a notarse en todo mi ser. Cuando por fin la luz inundó mis pupilas pude ver, casi encima de mí, a los médicos que resoplaron de satisfacción cuando uno de ellos dijo: “Lo tenemos”

1 comentario:

  1. Relato surrealista e onírico que ten ao lector pendiente e resólvese en dúas verbas “lo tenemos”. 👏👏

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