lunes, 20 de abril de 2020

Primer capítulo de ¿Y si el destino existe? (Yoly Mosteiro)

Me llamo Hanna y soy camionera. Sí, sí, lo sé, no es un trabajo que socialmente se le atribuya a una mujer, pero ¿qué queréis que os diga? ¡Me encanta! También soy rubia y delgada y, aunque no lo parezca a simple vista, bastante fuerte. Tengo unas piernas demasiado musculosas para mi gusto, pero me conformo. Podría ser peor, ¿no?

No soy muy alta, pero tampoco mido metro cincuenta, por lo que no me quejo. Mis ojos son de un color verde oscuro muy bonito y tengo largas pestañas. Quizás sean la parte que más me gusta de mi cuerpo. En conclusión, no soy una rubia despampanante. Me considero más bien del montón, aunque soy mona, o eso dicen mis «amigos».

Vale, sé que he puesto eso entre comillas. Lo confieso, esos «amigos» en particular dicen que soy guapa porque quieren meterse en mi cama. Y yo preocupada. Me dejo adular y no porque lo necesite, sino porque yo también los quiero entre mis sábanas. Soy una mujer adulta y sin compromiso, así que disfruto de mi cuerpo siempre que me apetece.

Me gusta la variedad. Si queréis llamarme promiscua, adelante, lo soportaré. Desde que perdí la virginidad a los quince años, por mi vida han pasado varios…, ¿cómo decirlo sin ofender?, ¿capullos narcisistas? Vale, puede resultar ofensivo. Lo siento. El primero de ellos fue Álex, mi primer amor. Rectifico, el primer capullo con el que me acosté. Por aquel entonces, yo era una dulce e inocente quinceañera que solo se preocupaba por sacar buenas notas e intentar pasar desapercibida en esa jungla que era el instituto. ¡Dios mío, el instituto! No sabéis lo que daría por volver ahora mismo sabiendo lo que sé.

Pero a lo que vamos, que me voy por las ramas. Álex era uno de los chicos populares de mi clase, muy guapo y rebelde. Ahora os preguntaréis por qué una chica tan buena como yo iba a complicarse la vida con el malote de la clase. La edad del pavo. Cuando
eres la chica invisible, esa que se sienta en primera fila y no despega los ojos del profesor por miedo a girarse y descubrir que toda la clase se está burlando porque tienes, yo que sé, el pelo de color verde; cuando eres esa y el profesor o profesora de turno pide que os juntéis por parejas y ese chico, ese por el que todas tus compañeras suspiran, se sienta a tu lado y te dedica una de sus sonrisas más bonitas, te sientes especial.

Álex fue ese chico. Se sentó junto a mí y me pidió que trabajase con él. Yo solo asentí como una tonta, me puse colorada y miré mis manos, que temblaban como las hojas de un árbol azotado por un fuerte temporal. Durante más de una semana, ambos trabajamos codo con codo para terminar lo que la profesora de Geografía nos había encargado. A ver, seamos claros, yo trabajaba mientras él me miraba y asentía. De vez en cuando hojeaba algún que otro libro, aunque bien podría estar del revés, que él no se iba a dar cuenta. No estoy diciendo que fuese tonto, para nada, simplemente, no tenía demasiado interés. Yo me consolaba diciéndome que lo intentaba o que, al menos, disimulaba no ser un vago. Además, era el chico más guapo de clase y estaba trabajando conmigo, así que estaba encantadísima.

Sabía, o intuía, que se había acercado a mí porque era la forma más fácil de conseguir una buena nota. No entendía a qué se debía ese repentino interés por sacarse la ESO, pero tampoco me importaba demasiado. El hecho fue que acabamos el trabajo y conseguimos un ocho. Él me guiñó un ojo desde el fondo de la clase y yo bajé la mirada y sonreí. Ese día estuve triste. Habíamos acabado el trabajo, él tenía su buena nota y yo sabía que probablemente nunca más me dirigiría la palabra. Después pensé que ojalá no lo hubiese hecho.

Ahora, con los años, creo que la mala experiencia que viví con él me sirvió para aprender de los errores. Todo lo que nos sucede en la vida nos enseña algo, bueno o malo. Lo importante es aprender de ello y seguir adelante. Por aquel entonces no pude hacerlo.

No voy a decir que mi vida se fuera al traste, porque hoy en día soy feliz con lo que tengo, aunque sin duda eso la cambió. Me cambió a mí. Pero el resto de la historia os la cuento en otro momento, ahora alguien está llamando a mi puerta con mucha insistencia e intuyo que será mi hermana.



Continúa leyendo en… ¿Y si el destino existe?

Disponible a la venta en las principales plataformas digitales


«Hanna está convencida de que el destino es un invento de cuatro tarados. Pero ¿y si existe? ¿Y si llega para poner todo su mundo patas arriba?». ¡Pasen y vean, damas y caballeros! No, no estoy anunciando ningún tipo de espectáculo, aunque mi vida bien podría serlo. Soy Hanna, tengo una profesión poco femenina que os invito a descubrir, y soy rubia, pero sin un pelo de tonta. Mi personalidad se compone de una serie de virtudes a cada cual más interesante. Soy desordenada, malhablada, tardona, irresponsable, incluso hombreriega. Espera, espera, que esta palabra no existe. ¿Cómo es el equivalente femenino de mujeriego? ¿Que no hay? Pero me entendéis, ¿no? La ingenuidad y la inocencia las perdí al mismo tiempo que los granitos de la pubertad, así que no permito que ningún hombre se ría de mí. Si soy sincera, solo uno lo ha hecho. Fue en el instituto y desde aquel momento decidí que no iba a volver a ocurrir. Nunca. Jamás. Sí. Me gusta el sexo. Y No. No quiero casarme, tener medio millón de hijos y dedicarme a cuidar de mi familia. Así que disfruto del sexo cómo, cuándo y con quien me da la gana. Digamos que soy una mujer del siglo XXI, independiente, liberal y que sabe muy bien lo que quiere. Pero también soy mucho más profunda que eso y os invito a descubrirlo.

3 comentarios:

  1. Me ha encantado, he disfrutado de cada página. Lectura fresca, sexy
    y divertida. Quiero más.

    ResponderEliminar
  2. Adiante Yoli neste novo reto de escribir 💪💪

    ResponderEliminar
  3. Interesante la personalidad de Hanna. Si que dan ganas de continuar. 👍👍👍👍

    ResponderEliminar