lunes, 30 de marzo de 2020

VIGO ENTRE LETRAS. (Yolanda Mosteiro)

O sábado 18 de xaneiro, celebrouse no Museo do Arte Contemporáneo de Vigo, un encontro literario que reuniu a 60 escritores e escritoras de ámbito nacional e máis de un centenar de lectores. Vigo entre Letras foi propiciado polas escritoras viguesas Antia Eiras, Nesa Costas e Andrea López, que organizaron o evento coa colaboración da Deputación de Pontevedra e outras entidades como Grupo Planeta, Harequin, Romeo Ediciones, Círculo Rojo ou Mondariz.

O evento iniciouse ás dez da mañá no citado museo e estivo organizado en sete mesas compostas por moderador, escritores e bloguers, con pequenos descansos e sorteos entremedias. Na mesma sala, a librería atendida por Yoli Calvo, Lara Díaz e Carlos, permitíalles aos asistentes mercar os libros e levalos asinados polos autores presentes no evento.

A este encontro acudiron tamén algunhas das integrantes de A Estrada das Letras: Yoly Mosteiro, Chus Iglesias, María Soliño e Emily Rodríguez Santos.

Debido ao éxito da reunión, pareceunos unha boa idea achegar unha pequena entrevista realizada ás responsables.

Pregunta: Como nace a idea de facer un encontro literario das características e magnitude de Vigo entre Letras?
Resposta: Nace de las ganas de compartir momentos con otros compañeros de profesión y con los lectores que nos acompañan en cada edición.
P: Somos conscientes da gran cantidade de xente que acudiu ao evento, pensabades que ía ter tal repercusión?
R: Trabajamos mucho para intentar que el evento gane en calidad cada año, por ello teníamos la esperanza de que la afluencia de gente fuese mayor que en ediciones anteriores, pero nunca sabes cual va a ser el resultado hasta que llega el día.
P: Hai escritores de todos os xéneros ou está pensado para un público concreto? Predomina algún xénero?
R: Nosotras intentamos que estén representados todos los géneros, pero, sí es cierto, que las que más acuden a nuestro evento son las escritoras de género romántico, aunque cada vez se animan más escritores de otros géneros y esperamos que eso aumente cada año.
P: Como están organizadas as mesas? (Aquí referímonos a se están organizadas por temática, xéneros etc. ou calquera outro tipo de criterio que seguísedes) Resultou moi complexo?
R: Es un reto para nosotras intentar que las mesas sean lo más interesantes, divertidas y variadas posibles, tanto para lectores como para escritores, por ello mezclamos los distintos géneros con la intención de que haya la mayor variedad posible.
P: Chamounos a atención o uso de delfíns de cores para establecer o tipo de preguntas a facer aos escritores. De onde xorde a idea? Por que delfíns? Cales eran as categorías das diferentes preguntas?
R: Intentamos innovar cada año, tanto en la preguntas como en la forma de realizarlas, nos pareció divertida la idea de los delfines y por eso la utilizamos.
Las categorias que solemos repetir cada año son:
1. Preguntas comprometidas
2. Preguntas generales
3. Preguntas personales
4. Preguntas sobre la escritura
P: Temos entendido que o encontro ten tamén unha finalidade solidaria, ¿poderiades explicarnos con que tipo de ONG colaborades e cal é a súa labor?
R: Colaboramos con la ONG “Yo lucharé por uno” que trabaja para darle una infancia digna a unos niños de una pequeña localidad en San Carlos, distrito de Laredo, en Perú. Esta organización sin ánimo de lucro es creada y dirigida por un vigués llamado Alberto Moisés Besada, que desempeña una gran labor altruista con esas familias tan desfavorecidas.
P: Preparar algo como Vigo entre Letras debe supor unha inmensa carga de traballo e moita ilusión. Como vos organizades? Cando empezades cos preparativos?
R: Empezamos con los preparativos sobre el mes de marzo. Tenemos la gran suerte de que las organizadoras, además de compañeras somos amigas, y por tanto, disfrutamos de mucha complicidad entre nosotras. Eso se refleja en el evento, pues el que disfrutemos tanto al organizarlo se nota en el resultado.
P: Encontrastes moitas trabas (xa sexan de tipo burocrático, organizativo etc.), para levar a cabo este proxecto?
R: Siempre encuentras trabas, pero al final, nos quedamos con la parte positiva, que es saber que tanto escritores como publico disfrutan al máximo del evento.
P:Sentistes nalgún momento o impulso de abandonar?
R: No, nunca. Porque como hemos dicho anteriormente, disfrutamos mucho organizándolo, a pesar de que ello suponga un trabajo importante. Pero como lo hacemos con tanta ilusión, no nos importa.
P: Coa idea de prepararnos xa para o que será o terceiro ano do VEL, gustaríanos que lles explicarades aos nosos lectores/as como hai que facer para poder asistir o ano próximo.
R: En unos meses abriremos plazo de inscripción, que iremos anunciando por nuestras redes sociales, para que puedan apuntarse tanto los escritores como los blogueros que quieran participar en el VEL 2021. Todo el mundo está invitado, y la entrada será gratuita tanto para los blogueros como para lectores y público en general, pues únicamente pagaran los escritores una pequeña cuota que les dará derecho a la venta de sus libros durante el evento. Las bases serán públicas y las colgaremos por estos canales a su debido tiempo:

Facebook: https://www.facebook.com/VigoentreLetras/
Twitter: https://twitter.com/VigoEntre
Instagram: https://www.instagram.com/vigoentreletras/?hl=es Web: https://vigoentreletras.blogspot.com/

Lo mejor es que nos sigan y así podrán estar enterados de todo con mucha antelación.
P: Agora, xa rematado o evento e con unhas semanas de repouso, ¿que sensación vos queda? Cambiariades algo?
R: Siempre hay cosas que se pueden mejorar, sin duda. Y por ello ya estamos trabajando para que el año que viene podamos ofrecer un evento todavía mejor, tanto a lectores como escritores, y que se animen a acompañarnos en el VEL 2021


Rolda de preguntas curtas:
- O mellor de Vigo entre Letras: el compañerismo y buen rollo que se respira en el evento.
- O peor: los nervios por que todo salga bien.
- Algo que non puidestes facer, pero que vos houbese gustado: Hay un montón de cosas que nos gustaría hacer y que nos encantaría ir añadiendo al evento, pero no podemos desvelar nada porque pensamos que el factor sorpresa es importante.



Espazo para vos: (podedes engadir o que queirades).

Nos encantaría que nos acompañeis en el VEL 2021, porque vosotros sois los que le dais sentido al evento. Os esperamos en Vigo en enero de 2021.

martes, 24 de marzo de 2020

O NENO DO TAMBOR (Fernando González)


Para Beti…

O NENO DO TAMBOR

Tamborileiro que tocas
nas rúas de Compostela,
tes na mirada una pena
que fere a alma enteira.

Os sons nobres dos teus redobres
fan o ceo chorar,
con bágoas de mil lembranzas
que  saen do teu fogar.

Unha esmola vai caendo
no teu peto de mendigo,
coma un ferro fervendo
que che queima o corazón.

Mil peregrinos que pasan
á túa beira satisfeitos,
de chegaren á Catedral
cos seus pés desfeitos.

E ti tocas e tocas
con máis forza o tambor,
suplicando esa moeda
que che faga o día mellor.

Doce anos non cumpridos,
doce invernos de dor,
a música que ti tocas
é de doce amargor.

martes, 17 de marzo de 2020

¡JUANITO, LA MERIENDA! (Sandra Pierroz)


Increíble, en cuarenta años…nada ha cambiado!

Un sábado por la tarde, en una playa de arena blanca, cabellos al viento , la cara y el cuerpo protegidos con un bronceador IP50, intento relajarme acostada en mi toalla Desigual , bonitísima y nueva.

Había pasado una noche de luna llena muy agobiada. Todos los perros del vecindario se habían dado cita debajo de mi ventana. No para jugar a las cartas, ¡ pero para aullar como si los estuvieran torturando! Se me paso por la cabeza la idea de tirarles un cubo de agua fría a la pandilla, pero por no tener problemas con los vecinos...Me levanté y me puse a mirar una fotonovela latino-americana , que me hizo llorar como la cebolla roja que había cortado a medio día para la ensalada .

Me había ido a la playa para descansar un poco, habíamos previsto salir en familia a hacer la juerga , y yo quería asegurar la cosa , los adolescentes te dicen enseguida, que ya somos muy viejos para salir de marcha. Mi idea era acostarme en la toalla y hacer la siesta al ritmo de las olas. Bueno, pues esta idea tuve que olvidarla. Una señora, con un plátano en la mano, gritaba y corría detrás de su hijo :

- ¡Juanito, la merienda!

Esta frase, me hizo volver cuarenta años atrás. En esta época las mamás ya corrían detrás de sus niños con los plátanos y el bocata de chorizo Revilla! ¡Aún no han comprendido que un niño que juega no tiene necesidad urgente de comer! Mi abuela decía y dice aún, que un niño no se deja morir de hambre, y mi abuela sabe de lo que habla, tiene 90 años y de vez en cuando , si alguien la lleva, aún se va a dar una vuelta al Corte-Ingles.

Todo este ajetreo me despertó de una vez por todas. Para consolarme me fui a comprar un barquillo a junto del señor del kiosco, que también gritaba a toda voz para vender sus barquillos , seguido de todas las mamás de la playa. Entre ellas la de Juanito , que aún no había acabado su merienda.

Cuando se oye decir que el cariño pasa por la boca, debe de ser verdad.

Este incidente me hizo llegar a mis recuerdos de niña y me dio una tonelada de energía para poder asegurar toda la noche.

Pasamos una noche genial. Mis hijos nos pidieron unas cuantas veces cinco euros para comprarse algo de comer, o algo para beber. Yo, me reía sola pensando en la tarde que había pasado. Y en mi interior una voz me decía:

-Viste, en la adolescencia, las mamás ya no corren detrás de los niños con el plátano y el bocadillo, son los chicos que corren detrás de las mamás para pedir el billete de 50 euros y el permiso de ira dar una vuelta sin los padres al lado!!

martes, 10 de marzo de 2020

CAMBIA, TODO CAMBIA (Ángeles Madriñán)


“Cambia, todo cambia”

Mercedes Sosa



Capítulo 1


El divorcio me ha dejado exhausta. Con la piel fina como el papel de fumar y un sabor insípido en la boca. Como si a la vida le faltara sal. Durante meses me he sentido como si estuviera de pie en un precipicio y el aire soplara con fuerza. Una intensidad tal que me tensionaba los músculos. Me agarrotaba. Una fuerza sostenida para mantener el equilibrio y no caer. De nuevo he empezado a usar la férula que tenía abandonada en el cajón de la mesilla y un herpes odioso se ha apoderado de mi labio inferior. Ya no duermo la noche de un tirón como solía hacer y cuando me despierto de madrugada alargo el brazo para comprobar una vez más la ausencia de su cuerpo y hasta echo de menos su respiración ronca y la carraspera nocturna. Ahora que me ha dejado también ha dejado el tabaco. Parece que le siente bien conjugar ese verbo.

Siempre me han disgustado los cambios. Soy lo que se llama una persona previsible. Me gustan los horarios. Tener un lugar para cada cosa. Saber lo que espero de las personas. Me gusta el orden. Los días con el cielo claro. La lluvia. El chocolate y la cerveza. Las películas en blanco y negro. Nunca he sido aventurera. Tampoco desleal. Conservo amigos desde la infancia. Llevo casada veinticinco años. Mejor dicho, llevaba casada veinticinco años. Ahora mi vida es otra.

Las cosas siempre tienen un principio. Pero a veces es difícil verlo. Recuerdo que cuando Rafa la conoció se le notaba entusiasmado. Llegó a casa comentando que la nueva profesora de inglés era una niña increíble. Si, esas fueras sus palabras exactas.- Una niña increíble. Aire nuevo para el claustro.- Dijo, además, que aportaba energía. Chispa. Luz. Buen rollo. Todos los halagos eran pocos. Yo le escuché sin asomo de preocupación. Hasta me alegré de verle tan animado porque desde hacía un tiempo se le veía alicaído. Aplanado. Sin ganas. Como un perro con las orejas gachas. Yo intentaba estimularle incluyendo en nuestros planes las cosas que más le gustaban. Cocinaba su comida favorita. Escogía cuidadosamente entre los libros recién publicados uno que pudiera gustarle. Compraba entradas para el teatro porque a él le apasionaba. Pero nada parecía dar resultado. Cumplir los cincuenta le había sentado fatal. Se pasaba horas frente al espejo examinando las bolsas de los ojos. La incipiente calvicie. La piel flácida. Calibrando lo que quedaba de juventud en su cuerpo o lo que asomaba de senectud que viene a ser lo mismo. Siempre encontraba una excusa para ver el vaso medio vacío. Supongo que tenía pánico a la vejez. Hay seres que no pueden soportar los cambios que lleva aparejados el tiempo y lucen ridículamente un aspecto impostado, una apariencia juvenil que no engañaría a un ciego. Rafa era uno de ellos. Él era siempre el profe moderno. Que conectaba con los alumnos. Que estaba en su onda. Vivir rodeado de gente joven tiene un doble efecto. Por un lado, te renueva, te refresca la mirada. Te espabila compartir tiempo y espacio con quien tiene la vida por delante. Pero por otro lado, te hace más consciente del paso de los años y de tu propia decrepitud. Saber canalizar ese sentimiento es parte del proceso. Nadie es eternamente joven. A cada hornada de alumnos la sustituye una nueva. Una nueva intensidad. Un nuevo reto. La renovación es imparable pero el maestro envejece con cada generación a la que forma. Hasta que un día la distancia es enorme y cuesta entender el idioma que hablan.

Hubo un momento en el que Rafa empezó a ser consciente de ese proceso y comenzó a vivir hacia atrás. Como si intentara rebobinar. Se cortó el pelo muy corto. Y se hizo unas rallas con la máquina por encima de las orejas. Como hacían sus alumnos imitando a su vez a las estrellas del fútbol que marcaban la tendencia. El atrevimiento fue muy aplaudido en su clase. No tanto en la sala de profesores que lo consideraron básicamente una soberana gilipollez. Pero su miedo a envejecer superaba con creces al sentido del ridículo.

Se apuntó en el gimnasio. Primero tres días por semana. Pronto subieron a cinco. Y finalmente terminó por ir también los sábados. Se pasaba las tardes allí, haciendo pesas. Bicicleta. Sauna… Yo me quedé con la rutina de hacer la compra semanal sola los sábados por la mañana, pero no me quejé porque a mediodía se deshacía en halagos hacia el plato que había cocinado y decía que el ejercicio le sentaba maravillosamente.

–¿ Por qué no vienes conmigo?. Ya verás como te gusta.- Me conminaba a que le acompañara en numerosas ocasiones, pero nunca he sido deportista. Prefería remolonear en la cama, leyendo, mirando una revista o desayunando sin prisa en la cocina con la única compañía de la radio. Además nosotros siempre hemos respetado el uno el espacio del otro. Así que decidí no acompañarle aunque cada vez pasaba más horas allí. Se le veía feliz y eso me tranquilizó, preocupada como estaba con su creciente desgana por vivir de los últimos tiempos.

En pocos meses el cambio físico fue evidente. Había adelgazado diez kilos. Se movía con mayor agilidad. Y la alegría había vuelto a su rostro. Su actividad era constante. Empezó a vivir a un ritmo frenético. Yo no podía seguirle. Me limitaba a observar y a veces incluso eso me cansaba.

Como casi nada de su armario le servía tuvo que comprar ropa nueva. Me cogió por sorpresa que no quería comprar en los mismos lugares que antes tanto le gustaban. Y a cambio hicimos un tour por todas las tiendas juveniles del centro comercial. Desde Pull and Bear hasta Lefties, H&M, pasando por Zara. Yo estaba atónita. Le veía probándose infinidad de prendas. La mayoría de aspecto deportivo y colores vivos. Ni una sola americana buena de esas que campaban en su armario en colores lisos. Sólo cazadoras. Algodón y vaqueros. Camisetas anuncio como el las llamaba antes con cierto desprecio. Zapatillas. Hay cosas que hay que verlas en primera persona para no poderlas creer. Tanto años alabando la calidad y diseño de tal o cual prenda y ahora se probaba vaqueros de treinta euros, camisetas de diez. A mí nunca me habían importado las marcas. Compraba mi ropa en cualquier sitio, incluso en el mercadillo. Pero Rafa era muy cuidadoso con la suya. Prefería tener un
vestuario limitado pero siempre de tejidos de gran calidad y de firmas generalmente caras. Optaba por un aspecto elegante, con líneas sencillas y colores neutros. Sólo se permitía alguna licencia con los complementos. Una corbata más vistosa. Unos calcetines de lunares. Pequeños detalles. Si usaba vaqueros siempre los combinaba con una americana. Y casi nunca optaba por un vestuario deportivo. Ni siquiera en verano cuando nos íbamos de vacaciones abandonaba ese aspecto impoluto. Sus bermudas con la raya perfectamente planchada y sus polos a juego lo hacían digno del mejor campo de golf.

Esa transformación tan radical me dejó descolocada pero nuestro matrimonio seguía intacto o al menos eso es lo que yo pensé. Y todo el mundo tiene derecho a cambiar. Le veía relajado, dispuesto a ver por fin el vaso medio lleno. A ver que la vida nos había dado tanto, como dice la canción de Mercedes Sosa que tanto me gusta.

Un viernes al atardecer salimos a dar un paso como hacíamos de costumbre. La temperatura era muy agradable. El verano se resistía a abandonarnos pese a que el mes de octubre ya asomaba en el calendario, y casualmente coincidimos en una cervecería del centro y me la presentó.

- Lisa, este es Ana, mi mujer - dijo señalándome a la par que daba un paso hacia el lateral y se distanciaba levemente de mí. Lo suficiente para no rozarme. Un gesto que en ese momento me pasó desapercibido y no supe interpretar.

- Ana, esta es Lisa, la recién llegada al claustro- añadió sonriendo con cortesía.

Hechas las presentaciones de rigor nos saludamos. Igual que saludé también a Roque, su acompañante que según nos comentó se había ofrecido a hacerle de guía para conocer la restauración de la ciudad. Roque era profesor de química y compañero de Rafa en el centro educativo desde hacía muchos años y ahora también de Lisa. Sabiendo que le precedía una conocida reputación de mujeriego, pensé que habían puesto al lobo a cuidar de las ovejas. Pero eso no era de mi incumbencia al fin y al cabo era mayor de edad para cuidarse sola. Y las chicas jóvenes de ahora no se parecen en nada a las de mi generación.

Verla en persona me decepcionó un poco. Después de lo que me había comentado Rafa me había hecho una idea distinta. No es que la hubiera descrito ni nada parecido. Pero una persona con tanta vitalidad no encajaba en el aspecto físico de Lisa. Tenía ese aire de rastafari trasnochado y el pelo me pareció únicamente una cuerda vieja y deshilachada. Los talones asomaban ásperos en las sandalias con hebilla de tiras marrones y pedían a gritos una pedicura o al menos una piedra pómez. Y al levantar el brazo para saludarme pude constatar que llevaba las axilas sin depilar. Un vestido holgado y desteñido con un profundo escote en uve dejaba entrever un pecho abundante y erguido, propio de la juventud. Calculé que tendría entre veintiséis y veintisiete años. Lo que no supe calibrar es que lo que para mi era descuido y desaliño no producía ninguna clase de rechazo en el género masculino que lo catalogaba como naturalidad y ausencia de fingimiento. Como beber agua fresca de un manantial en medio del campo. O coger una fruta del árbol. Libre de manufactura.

Puede que la suma de juventud y ese aire de primitivismo que produce el rechazo a ciertas tendencias estéticas como la depilación, el pelo limpio o el olor a perfume despertara en ellos el deseo sexual de una manera sutil y sencilla pero arrolladora. En aquel entonces me pareció inofensiva y no vi en ella rival, ni cómplice, porque entre otras cosas tenía la edad suficiente para ser mi hija, si yo hubiera tenido hijos. Pero sucede a menudo que en la vida calculamos mal los riesgos. Y el daño proviene del flanco más desprotegido. Del amigo más fiel. De los ojos más azules. De la mirada más limpia…








Capítulo 2

Recuerdo el día que se fue. Era una de esas mañanas de finales de septiembre extrañas en las que nos cuesta renunciar a ese tiempo de pausa que nos regala el verano y sentimos una incomodidad propia de tener que recuperar horarios, costumbres, obligaciones. El curso recién empezado, con esa pequeña porción de rutina que nos adentra de nuevo en la vida real, la que adormita más allá del verano. Caía una lluvia fina, agradecida, casi tierna. Una de esas lloviznas frescas que no nos obligan a usar un paraguas sino que invitan a mojarse poco a poco, a caminar despacio sintiendo en la piel desnuda ese frescor repentino después de los rigores de una época estival calurosísima y sitiada por los incendios. Era un alivio que el ambiente seco y acartonado fuera adquiriendo blandura bajo la casi imperceptible descarga de unas tímidas nubes.

Llevábamos meses masticando una calma fibrosa, llena de silencios por su parte y de decepciones por la mía. Nos había invadido uno de esos parásitos que actúan desde dentro y se comen lentamente al ser del que se alimentan, lo vacían desde su interior, lo reducen a una simple cáscara para finalmente abandonarlo. Rafa había llevado a nuestro matrimonio al desastre y a nuestra vida al mismo sitio. Incluso aunque Lisa no existiera y hubiera sido una aventura pasajera, lo nuestro habría muerto de una manera lenta, con una languidez plana e insulsa, sin que nadie alzara la voz. Asumiendo cada cual por su lado que ninguno mostraba interés por continuar. Rafa porque tenía una nueva ilusión. Un último tren al que subirse en marcha. Una manera más de acallar el temor no asumido al paso del tiempo. Yo porque había visto a un Rafa desconocido, cobarde, que ni siquiera ante la evidencia del engaño, de la infidelidad sostenida en el tiempo por su parte había sido capaz de reconocer que no todo está en nuestras manos. Que hay sentimientos que nos asaltan por sorpresa, que nos desbordan del cauce, nos arrastran como un torrente y lo único honesto es decir la verdad sobre aquello que se siente. Pero él era incapaz de tomar decisiones.

 Jamás desde que le conocí lo había hecho. Se había limitado a dejarse llevar como hacen las hojas con el viento sin oponer resistencia. Mostrando una aparente docilidad que me ponía contra las cuerdas siempre a mí y me había granjeado en nuestro círculo de amigos fama de mandona e implacable porque hay ciertos rasgos del carácter que no se perdonan en femenino. Ser una mujer decidida me ha supuesto un peaje del que por otro lado no me arrepiento.

Esa actitud de indolencia le llevaba a no asumir nunca la culpa de nada. A no responsabilizarse de ningún camino o hoja de ruta que transitara. Siempre había sido yo la de los planes. La que sugería ideas. Sospecho que incluso se casó conmigo porque yo se lo pedí, de lo contrario hubiéramos sido una eterna pareja de novios conviviendo en su apartamento de solteros. Con aversión al matrimonio, a los hijos, a los viajes, a la compra de una casa, a las hipotecas, a las cenas de Navidad en familia, a los sobrinos y a cualquier mínimo movimiento, avance, compromiso o afecto colateral que nos introdujera en la vida adulta y tradicional. Era como si no le gustara tener demasiado arraigo con las cosas o las personas, a excepción de sus libros nada le entusiasmaba en demasía. Tenía naturaleza de isla, siempre anclado en el mismo sitio, pero lejos del continente que eran los demás.

Pero el tiempo se venga de las certidumbres y ahora Rafa estaba enamorado perdidamente de una veinteañera que ocupaba su mente y su corazón de manera categórica. De ese modo implacable y voraz en que se enamora la gente joven y con medio siglo a cuestas reconocer esa dependencia de una mujer le asustaba más que nada. No se atrevía a irse con ella, pero quedarse no era una alternativa. No al menos para mí, que me veía inmersa en un naufragio que no había provocado y ya me quedaban pocas fuerzas para mantenerme a flote. Sentía que tenía que moverme, avanzar hacia algún sitio, en cualquier dirección, era mejor que la quietud que me carcomía por dentro.

No éramos ese tipo de pareja ruidosa que se tiran los trastos a la cabeza. Que discuten en una cena con amigos sin importarles la presencia de los demás. Que se lanza reproches sin contemplaciones ni miramientos. Nunca hubiéramos protagonizado nuestra particular Guerra de los Rose. Sin embargo septiembre se llevó los puentes que quedaban en pie. Se llevó también dos maletas con ropa, su colección de vinilos, cinco o seis cajas de libros y a cambio dejó su juego de llaves en el cenicero de la cocina después de un severo portazo, que fue seguramente lo más rotundo que dijo en aquel tiempo. Refugiada en el cuarto de baño y sentada ridículamente en la taza con los codos apoyados en las rodillas y las manos sujetando la cara de desconsuelo, escuché su ir y venir al ascensor hasta que la casa quedó sumida en un silencio que ya venía de lejos pero que ahora se instalaba como un huésped estable y predecible. Decidí permanecer en aquel encierro voluntario y protector unos minutos más con el ánimo de evitar una escena de reencuentro no deseada si el volvía a recoger alguna cosa olvidada por la premura de la marcha. Después con la confianza de que eso no sucedería me aventuré a descerrajar la puerta y salí al exterior como si mi propia casa fuera un territorio desconocido en el que mantenerse alerta para escudriñar los peligros que acechaban ocultos tras el armario o el aparador repentinamente amenazadores en su doméstica existencia. Sentí la tibieza de la alfombra de lana en los pies fríos, descalzos y me encaminé a la cocina con la improvisada intención de fumar para calmar el nerviosismo que se había apoderado de mí. Abrí el cajón y rebusqué hasta dar con el mechero. La lluvia caía ahora con más intensidad y gruesos regueros se deslizaban por el vidrio de la ventana de la cocina, igual que lo hacían las lágrimas por mi rostro. Al unísono. Fue un consuelo no tener que llorar sola. De pie junto a la ventana vi las luces de su coche alejarse hasta desaparecer al fondo de la calle. Sentí un frío repentino que me llevó a abrazarme a mí misma cruzando los brazos sobre el pecho mientras aspiraba profundamente el humo. Había vuelto a fumar después de una década de abstinencia.

lunes, 2 de marzo de 2020

EL MURO (Javier de la Iglesia)

Piedras y más piedras ancladas con miles de lágrimas y malos ratos lo construyen. De eso está formado el muro tras el cual queda todo lo que hacía que mi vida no fuese plena. El muro. Mi muro.

Hubo un tiempo en que sentía la necesidad de entender, de comprender el por qué. Era algo que no cabía en mi mente feliz y dicharachera, una mente a la que la mayoría de la gente trataba de frustrar con su escasez de miras. Durante años lo había tratado de comprender, había tratado de cambiar. Pero me negaba ante la determinación de que no estaba haciendo nada malo. No sé porque la gente trababa de hacerme entender con sus habladurías lo contrario. ¿Por qué la sociedad tiene tanto miedo a lo distinto? Esa era la conclusión a la que llegaba tras miles de horas de reclusión en mi cama, intentando entender por qué todo el mundo me daba de lado. Cierto que mi apariencia no era la políticamente correcta ni la normal a ojos de todo el mundo, pero, ¿Qué es normal y qué no? Todo es tan relativo. Sentía la necesidad de ser aceptado pero cada vez que salía a la calle la gente apartaba de acera como si yo fuese peligroso, oyendo todo tipo de críticas. Y no solo de mi apariencia sino también de mi yo interior que nadie se molestaba en conocer, pero todos lo juzgaban como si lo hicieran. Justo el día que salí de casa como “normal” (para mi disfrazado) pasaba desapercibido y los demás transeúntes no se apartaban para no cruzarse conmigo. Y ese, aunque fuera la situación buscada, fue el día más triste de mi vida.

Mi muro. Muchos fueron los años que me costó decidirme a construirlo. Hubo momentos en los que las ansias del albañil estaban estancadas, días y días soportando todo lo malo que pueden albergar las personas y la crueldad que la gente puede acumular. Si eres blanco porque eres muy claro y si eres negro porque eres muy oscuro. Maldito problema el de una sociedad que se fija más en lo de afuera que en lo de adentro, viendo en las vidas ajenas un blanco en el que arrojar las piedras que en su casa estorban.

Una buena persona me dijo antes de morir: “Visualiza un paraguas y que todo resbale” Pero es muy complicado que la tela de un paraguas contenga las pedradas que la gente puede soltar por sus viperinas bocas. Están hechos para la lluvia y ojalá quedase en unas finas gotas de agua lo que las personas arrojan de dentro sin saber el daño que hacen.

Fue un tiempo muy grande el que me recluía en mi hogareña guarida y las pocas veces que salía volvía con los bolsillos llenos de piedras que se acumulaban día tras día, sin poder vaciarlos. Pero una buena mañana quise salir de casa. Me pesaban demasiado los pantalones. Eran demasiadas las piedras que cargaban ya mis bolsillos, y en un acto de valor, rompí el botón y dejé que mis piernas quedaran al descubierto cayéndose al suelo todo el peso que cargaba. Con el impacto, las piedras se esparcieron por todo el piso. Me sentí totalmente liberado y en ese momento mi albañil se puso a trabajar. Esa misma mañana construí un muro, alto y muy sólido. A mi lado se llama felicidad y al otro… ni siquiera me molesté en buscarle nombre.

Desde ese bendito día voy por mi lado del muro, de mi muro, con la autoestima bien alta, sin preocuparme por las piedras que me lancen desde el otro lado. Todas ellas rebotan en mi sólida armadura invisible. Y soy feliz. Lo grito. ¡SOY FELIZ! Oigo los impactos, pero ninguno llega a mí.

Quedan en la otra parte de mi maravilloso muro. Y solo dejo pasar a los elegidos, las personas que me hacen sentir bien y a todos los que se sientan como yo me sentía antes. Soy inmensamente dichoso y lo mejor de todo, es que a este lado, no hay necesidad de llevar paraguas.

Y tú ¿Quieres venir a este lado del muro?