lunes, 17 de junio de 2019

EL PUNTERO (Javier de la Iglesia)

En la sala quedaban siete personas y el director del evento. El operario del departamento de cultura se había tenido que marchar hacía unos instantes. La tertulia sobre cine de terror estaba siendo muy amena y terrorífica. Lo habían adornado todo muy bien. Las velas en el pasillo, la sala en penumbra solo iluminada con una tenue luz roja acompañada de las luces provenientes de las farolas de la calle que traspasaban el cristal de las grandes ventanas, y hasta había máquina de chocolate y café recién hecho. La noche ya estaba bien entrada hacía unas horas. Todo era perfecto. Las escenas, que aunque causaban esa tensión y desagrado que nos gusta a los que disfrutamos del terror aunque tengamos miedo, se acompañaban de la tertulia que dirigía un chico increíblemente instruido en el séptimo arte. Pero siempre hay algún despistado que se olvida del detalle más avisado en estos casos: ¡¡El móvil!!

El sonido del celular causó un pequeño susto a todos, y el chico, lejos de apagarlo, contestó mientras se dirigía a la puerta de la sala. Cuando se disponía a abrirla para salir, se paró en seco y se giró bruscamente. Todos miraron hacia él.
- ¿Cómo? ... ¿es una broma verdad? – dijo colgando el teléfono – Muy bueno y muy adecuado, pero no cuela – le soltó riéndose al hombre que dirigía la tertulia.
- ¿Qué? – preguntó el destinatario del comentario.
- Que no me asusta. Lo montasteis todo demasiado bien pero no me lo cr…
El teléfono volvió a sonar interrumpiendo al chico.
- Venga ya, ¿quién os ha dado mi número?
- Te aseguro que esa llamada no tiene nada que ver con nosotros – contestó el director del evento.
Al chico le cambió el rictus. El teléfono seguía sonando. Los demás se miraban entre ellos sin saber lo que pasaba. El joven del teléfono le dio el vaso de café al hombre que estaba sentado más cerca de él y de la puerta y contestó.
- ¿Me puedes explicar qué clase de broma es esta? Si no te importa deja de interrumpir – increpó al mismo tiempo que reinaba silencio mientras los demás prestaban atención.
Después de unos segundos en los que escuchó algo que le decían, colgó de nuevo el teléfono y se dirigió a las ventanas cerrando las cortinas de manera rápida y nerviosa mientras el conductor de la tertulia le preguntaba qué estaba haciendo al mismo tiempo que se ponía de pie.
- Creo que nos está viendo.
- Oye tío ¿Te has tomado alguna especie de droga antes de venir? – le preguntó la única chica que había asistido.
- No. Claro que no – respondió cabreado – alguien que no conozco me está llamando.
- No me digas. ¿Soy yo el único que se dio cuenta? – soltó otro chico sarcásticamente.
- ¡No es coña, vale! – el joven estaba en un estado de nerviosismo que empezó a asustar a los demás – alguien con la voz distorsionada me está llamando y dice que si nos gusta el terror va a jugar con nosotros ocho. Ha dicho el numero ¿lo pilláis? Le colgué, pero cuando volvió a llamar me dijo que no era una broma, que era tan real como que le acababa de pasar el vaso de café al del jersey azul.
Todos miraron para el chico que tenía el vaso de café aun en la mano. Y si, el color del jersey coincidía.
- Alguien nos está observando – dijo mientras el teléfono volvía a sonar entre sus manos.
El silencio en la sala solo se veía roto por el timbre el móvil. La tensión empezaba a ser palpable entre los asistentes. Todos volvieron a mirar al hombre que dirigía el evento.
- Os digo en serio que yo no lo preparé. No sé de qué va todo esto.
Se miraron entre sí sin moverse, ni siquiera pestañear. El teléfono seguía sonando. El señor más mayor de los asistentes hizo un gesto con la mano al joven para que lo descolgara. Éste obedeció y activó el altavoz. Nadie contestó. Silencio de nuevo a ambos lados de la línea hasta que el interlocutor empezó a hablar con una voz afónicamente agónica que parecía salir de una psicofonía
- ¿Estás ahí? Dime ¿Quieres jugar al miedo? Venga, una partida. Tú, tus compañeros y yo – se oyó mientras más de uno tragaba saliva de forma nerviosa. Unas gotas del café que sostenía el chico del jersey azul acabaron en el suelo a causa del temblor nervioso y seguidamente lo dejó encima de la mesa que había sosteniendo el proyector – si os gusta el terror no tendréis inconveniente en jugar – se volvió a oír a través del aparato.
- ¡No! No queremos jugar – escupió con enfado otro de los chicos.
- Pues vais a hacerlo. Total, no podéis ir a otro sitio – se oyó al otro lado del teléfono antes de que el desconocido soltase una carcajada.
Otro de los asistentes, que había estado callado hasta ahora, tomó rumbo a la puerta de la sala mientras varios de ellos le preguntaban al unísono a dónde iba. El chico hizo un gesto con la mano indicando que le dejasen. Abrió la puerta de la sala a mediada que otros tres se acercaron también. Las velas encendidas que adornaban el pasillo hacia unos minutos estaban apagadas y volteadas por el suelo. La cera se desparramaba en chorretones por las baldosas. El chico se dirigió a la puerta del edificio e intentó abrirla pero estaba cerrada. Volvió atrás por el oscuro pasillo y se dirigió a la otra puerta de salida, pero corrió la misma suerte después de zarandearla y aporrearlas varias veces mientras se oía al interlocutor decir desde el otro lado:
- Me gusta jugar. Juguemos.
- Las puertas están cerradas – dijeron los que estaban en la puerta de la sala - ¿Quién apagó las velas?
- El que se fue. El de cultura – contestó el señor mientras al otro lado de la línea se volvía a oír la voz carcajeando antes de volver a hablar.
- No me subestiméis. No le deis los méritos de mi trabajo a otro.
- Esta dentro – dijo el encargado de organizar la tertulia – entrad aquí rápido – ordenó a los que estaban en el pasillo dirigiéndose a la puerta y cerrándola una vez todos en el interior de la estancia y asegurándola arrastrando la mesa para trabarla desde el interior.
Los nervios eran los reyes de la noche. Todos se quedaron callados. Unos de pie. Otros arrimados a la mesa que aseguraba la puerta. Silencio. Silencio que se vio roto desde la otra parte de la línea.
- No. No estoy dentro. Pero voy a entrar.
Y de repente algo impactó contra el cristal, desde fuera, rompiéndolo y atravesando las gordas cortinas mientras los gritos de todos llenaban el edificio vacío de la biblioteca donde hacía el evento. Todos se pegaron a la pared mientras gritaban. Y en el medio de la estancia cayo un puntero de madera como los que se usan para los tableros de la ouija.
El silencio se hizo después del susto. El puntero se quedó quieto en el suelo mientras al otro lado de la línea de teléfono se oía el típico pitido de llamada cortada. El organizador del evento se acercó a la ventana y descorrió las cortinas. El cristal solo tenía un pequeño agujero por donde se había colado el puntero. Intentó abrir una ventana pero estaba trabada también, al igual que las otras. Todos se abalanzaron contra los cristales, golpeándolos, pero era imposible romperlos. Era como si una fuerza sobrenatural no permitiera que ellos salieran del edificio. Viendo que era imposible, se dieron por vencidos. El miedo se palpaba en la sala. La chica se acercó al puntero y lo cogió mientras los demás le decían que no lo hiciera. Lo inspeccionó pero no había nada escrito en él.
De repente y asustándolos, mientras el pitido seguía sonando a través del móvil, el puntero saltó de las manos de la mujer estallando en dos y cayendo al suelo por partes.
- ¡Hay que llamar a la policía! – ordenó uno de los asistentes mientas la chica frotaba su mano pues había sentido un calambrazo.
El chico cogió el móvil y mirándolo le dijo a los demás.
- Yo también tengo una llamada de un número que no conozco.
Entonces sacaron sus móviles. Todos tenían una llamada de un número que nadie tenía en su agenda.
- Todos teníamos el móvil en silencio menos tu – dijo uno de los chicos más jóvenes mirando el móvil a través del que aún seguía sonando el pitido – ¿Cómo es el número que te llamó?
El otro chico colgó la llamada y miró. Todos tenían una llamada del mismo número.
El miedo se intensificó en la cara de los asistentes. Solo una persona se quedó inmóvil mirando la pantalla de su teléfono. La cara se le descompuso por completo y las lágrimas de miedo afloraron en sus ojos.
- No, no, ¡no puede ser! – empezó a decir la chica- este número, no puede ser. Este es el número de mi hermana – dijo mientras se le abrían los ojos como platos y se le acomodaba el terror en su cara – Mi hermana murió hace tres
años – empezó a explicar – y desde el día de su muerte su móvil esta desconectado y con la batería sacada en un cajón de mi mesilla de noche. El número solo está asignado a ese móvil. No lo dimos dimos de baja. ¡La batería no está puesta! – repitió casi en un grito.
Y de pronto los cristales de las ventanas estallaron como si acabaran de darle los golpes que antes le habían propinado. Todos se agacharon hasta que cesó la lluvia de los añicos de vidrio. Una vez recuperados del susto se dieron cuenta de que las dos partes del puntero estallado habían desaparecido.
- Pero ¿Qué acaba de pasar aquí? – dijo el operario de cultura que se había marchado en medió de la sesión y había vuelto a recoger el móvil que se le olvidara junto a la cafetera.
- ¡¿Cómo has entrado?! – preguntaron todos al unísono.
- Las puertas de la entrada están abiertas de par en par -explicó el que acaba de llegar.

Pasados unos días la chica que había asistido a la tertulia del cine de terror, fue al cementerio a llevarle unas flores a su hermana muerta después de comprobar que el móvil seguía en su mesilla tal y como lo había dejado desde el día del entierro: desconectado y con la batería sacada. Cuando llegó a la lápida de su hermana el corazón casi se le para con lo que estaba contemplando. Encima de la tumba estaba el puntero partido en dos.

3 comentarios:

  1. Relato de temática inquietante, que te mantiene en vilo. Deseando llegar al final para resolver el misterio🧐.👏👏

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  2. Muy adictivo y bien estructurado, el final es genial.

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  3. Gracias por vuestros comentarios.
    Javier de la Iglesia

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