lunes, 18 de febrero de 2019

LA PROCESIÓN DE LA MUERTE (Javier de la Iglesia)

Yo soy un enamorado de la historia. Y para escribir este relato me inspiré en los hechos reales que acaecieron hace muchos años en España y en un personaje, que, en mi opinión, es uno de los más interesantes y maltratados de la historia de nuestro país.


LA PROCESIÓN DE LA MUERTE


Octubre florecía, y por esa época las noches en Castilla empezaban a caer frías. A la luz de un candil una mujer cosía los desperfectos del viejo jubón de su marido que dormía plácidamente en el lecho nupcial. Entre puntada y puntada echaba un ojo a través de los viejos cristales estallados de la antigua ventana. Al otro lodo se extendían los yermos campos de Castilla bañados por la oscuridad de la noche, unos campos que parecían ser eternos, que se mezclaban en el horizonte con el cielo del anochecer. En un punto de ese lugar, donde la tierra se unía con el cielo, apareció algo que la distrajo de su delicada labor. A lo lejos, donde se empezaba a ver aquel agreste sendero que atravesaba los campos castellanos, empezó a aparecer una luz parpadeante que pronto se vió acompañada por otras más. A ella se le cayó la aguja de la mano, quedando suspendida en el aire gracias al hilo que la enhebraba.

¿Acaso serian verdad los rumores que circulaban por tierras castellanas en aquellos tiempos? El cuerpo se le heló solo de pensarlo. La piel de sus brazos se le volvió de gallina, separándosele todos los pelos del cuerpo volviéndose escarpias.

Se decía que salía por las noches, cruzando los campos castellanos envueltos en la oscuridad, solo iluminados por las velas que acompañaban la mortuoria peregrinación. Decían que se disponía a avanzar hasta Granada, pero llenaba de miedo todos los pueblos por donde pasaba.

La mujer abrió la ventana para poder verlo mejor pues los cristales estallados se lo impedían. Aquella procesión de luces seguía avanzando y cada vez se hacía más grande y cercana. La brisa de la noche agitaba las llamas de las velas, sin apagarlas, haciendo que el olor de la cera llegase hasta la casa, aportando más miedo aún. Ya no había duda. Los rumores eran ciertos: La procesión de la muerte.
Algo la impulsó a salir de la casa. Al abrir la puerta ya se empezaban a oír. Se acercaban el olor a cera, el murmullo de los rezos acompañado por el tintineo de los rosarios, el cíclico chirrío de las ruedas del carromato que llevaba aquel regio féretro que presidía la comitiva fúnebre. La oscuridad de la noche le aportaba un aspecto más tétrico si se podía aún.

Ya se había acercado demasiado, ahora podía verlo todo pasando por delante de sus ojos. Detrás del carro que transportaba el ataúd real iba ella, la reina que todos dieran en llamar “La loca” Las caras se encontraron en medio del murmullo de las damas de la corte que la acompañaban y el crepitar de las llamas de las velas que aportaban una tenue luminosidad a la noche. Los ojos de aquella pobre reina estaban llenos de lágrimas contenidas. Su rostro ojeroso y triste mantenía la entereza que la caracterizaba. Era la cara de una mujer muerta en vida, su alma iba acostada dentro de aquel féretro con los restos insepultos de aquel funesto y perverso rey del que ella se había enamorado enfermizamente, aun sabiendo que había sido un hombre cuya crueldad era inversamente proporcional a su hermosura. Las miradas de ellas se tropezaron y la mujer no pudo menos que hacer una reverencia ante la reina de Castilla, que se había parado delante de ella. Cuando se levantó de la genuflexión, la desdichada soberana le esbozó una triste sonrisa y siguió su luctuoso camino.

La mujer se quedó mirando a la procesión hasta que desapareció a lo lejos, apenada por aquella hija de la gran reina Isabel, cuya única locura había sido la del amor, que caminaba errante por los nocturnos campos de Castilla en avanzado estado de gestación detrás de los despojos del hombre que le había robado la vida. Despojos que admiraba cada vez que paraban en el siguiente pueblo, abriendo el ataúd y volviéndolo a cerrar después de rezar una oración por el alma de aquel cuerpo que poco a poco se iba momificando. Todo él menos el corazón, que una vez muerto se lo habían sacado y mandado a Flandes, un corazón con el que se había marchado también el alma de aquella reina a la que el pueblo llamaba, cariñosamente: “Doña Juana, La loca”

3 comentarios:

  1. Xenial Javier. Juana la Loca é unha personaxe histórica moi interesante dende o punto de vista literario. Ese amor tan intenso que sentiu queda moi ben reflectido no teu relato. 👏👏👏

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  2. Gracias .Si, é certo. A perdoaxe de Juana la loca é moi inspirador . Alegrome que vos gustase
    Javier de la Iglesia

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