lunes, 17 de diciembre de 2018

Tabaco (Marcos de Manuel)

En la casa apenas había muebles. Y era ese vacío el que ansiaba Zoe en aquel instante. Tendida en la cama que representaba casi todo el mobiliario existente en la habitación, y con la cabeza sobre el pecho de su amante ocasional, buscaba un barrido interior que limpiara su alma necesitada de afecto. Aquel chico le gustaba, apenas le conocía pero le gustaba, y permanecía desnuda a la espera de una señal que le indicara el momento de dar un paso hacia un “por qué no?” que le abriera una nueva oportunidad.


Él, despreocupado, disfrutaba de la sensación de sentir el aliento cálido de Zoe en su pecho. En silencio recorría con el dedo la curva de la cadera de ella abstraído en un dibujo que no aseguraba final alguno. Rompió aquel frágil equilibrio abriendo la cajetilla de tabaco que había en la única mesita de noche y encendiendo un cigarrillo, con lo que se inundó la habitación de humo. Cuando Zoe notó aquel olor dijo en un tono amigable, buscando complicidad en su acompañante:


* Nunca he entendido el que la gente fume después del sexo
* No sé… yo la verdad apenas fumo dos o tres al día. Ya sabes, después de las comidas – una risa abierta y una larga calada siguieron al chistoso comentario.
* A mí, la verdad, nunca me ha parecido momento para fumar, creo que el tabaco o cualquier distracción deben quedar al margen en ciertas ocasiones –el comentario no le había hecho gracia pero prefirió pasarlo por alto.


Tras dedicar a Zoe una mirada cargada de escepticismo que ella no pudo ver, finalmente dijo después de otra nueva ración de nicotina:

* Vaya… cualquiera lo diría después de la cajetilla que debiste haber fumado ayer por la noche – esto último lo dijo con una ironía que no fue capaz de frenar.
* Solo digo que es un momento para disfrutar de la compañía, el tabaco enrarece el ambiente. El hecho de ser yo una fumadora empedernida debería dejar claro lo convencida que estoy de lo que digo – en esto último no reprimió el tono reprobatorio, ya todo estaba perdido.


El silencio y el humo dominaron la estancia los siguientes minutos, cada uno esperando que haría el otro a continuación. Esta situación incómoda la rompió él encendiendo otro cigarrillo, a lo que ella respondió levantándose y anunciando que ahora se daría una ducha, en lo que solía tardar unos quince minutos.


Al volver del baño Zoe comprobó que, como esperaba, él se había ido. Dejó como únicos testigos de su efímero paso por la vida de Zoe un par de colillas en el vaso que usó como cenicero. Tras abrir la ventana y airear las sábanas tomó la firme decisión de sustituir en su mente el “por qué no?” por un rotundo “para qué?”, siendo su primera decisión en firme dejar el tabaco definitivamente.

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