martes, 4 de diciembre de 2018

Invisible (Marcos de Manuel)

En su casa no se podía encontrar ni el primer espejo. Las únicas fotografías que había eran con Zoe detrás de la cámara, nunca delante, pues sería inútil el intentar que la luz se reflejara en su cuerpo. Su invisibilidad le resultaba práctica, cómoda e incluso divertida. En las noches de verano solía salir a la calle desnuda y gastar bromas a transeúntes y clientes de bares. Entre sus travesuras más recurrentes estaba la de cambiar vasos de sitio y sentarse después a ver las consecuencias. También deslizar sus largas y transparentes manos por la piel de jóvenes chicos, llegando a zonas que por pudor no voy a enumerar. Esto provocó más de un puñetazo a los hombres colindantes y discusiones que sólo llegaban a solucionarse bajo el control policial. Debo decir que también de estos episodios ha surgido más de una pareja, incluso matrimonios.

No a todo el mundo le resultaba completamente traslúcida. Había un número reducido de personas, se podrían contar con los dedos de la mano (aunque no de las de Zoe), que llegando a conocerla a través de la palabra, eran capaces de apreciar algunos de sus rasgos y, aunque podría parecer mucho más aterrador, a ellos les infundía confianza y seguridad poder mirarle a los ojos. A ella también le agradaba conversar con alguien que pudiera verle y así descansar de su monótona vida. Ya se había acostumbrado a la vida con la gente visible. No tenía trabajo pues con respecto al dinero, dada su condición privilegiada, no le faltaban métodos y recursos para conseguirlo.

Debido a que en sus trastadas se repetían las peleas con cierta frecuencia, desarrolló una agilidad sorprendente (en caso que alguien pudiera verla) para esquivar empujones a otros o incluso objetos lanzados a modo de armas arrojadizas que desviados se encaminaban hacia ella.

En una ocasión en la que una gresca de más de quince personas, empezada por un televisor que se apagaba con demasiada independencia y despropósito, se volvía más violenta por momentos, decidió huir sin esperar el desenlace. Iba riéndose de su última aventura cuando vio a lo lejos, no sin asombro, que un hombre completamente desnudo iba moviendo un paraguas evitando que su dueño lo cogiera, imitando a un viento inexistente. Su primera reacción al ver un igual fue de alegría, podría conocer a alguien como ella, con sus problemas y preocupaciones, intercambiar experiencias: “tal vez él también se alegre de encontrar a alguien como yo, podríamos hacer infinidad de cosas los dos juntos”. Pensando que tendría sus mismas dificultades en la vida llegó a la conclusión de que también sus manías serían las mismas, y Zoe estaba demasiado acostumbrada a la gente vestida. Decidió que no quería conocer a nadie invisible, y cabizbaja se fue a su casa sin espejos concienciada de no volver nunca más a este barrio, donde parecía haber gente demasiado extraña.

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