lunes, 17 de agosto de 2020

MÁS CERCA DE LO QUE PENSAMOS (Javier de la Iglesia)

 La fría niebla de Londres era más espesa esa mañana. O por lo menos parecía serlo cuando Lady Sarah abrió el portalón del cementerio y apreció que casi no se veían las lápidas aquel día temprano. El chirrío del portal y la fría temperatura del alba acompañados de la visión del cementerio envuelto en la espesa bruma, hicieron que todo el cuerpo de la joven retemblase, incluidas las flores que sostenía en su mano. Volvió a cerrar el portón y se hizo paso entre la frialdad de la niebla que parecía calarle hasta los huesos haciendo que todo su cuerpo se encogiese bajo el luctuoso vestido. A medida que avanzaba podía ir vislumbrando las tumbas, nichos y estatuas funerarias que, delante de sí, parecían ir saliendo del medio de la nebulosidad; pero si echaba la vista atrás parecía que aquellas lápidas que había visto hacia unos pasos desaparecieran entre lo que parecía ser un denso humo blanco.

La tumba de su hermana gemela estaba al fondo del camposanto. Tan solo hacia unos días que reposaba allí, en su última morada. Era la primera vez que Lady Sarah iba a visitarla desde hacía seis días que la habían enterrado. El silencio era sepulcral. Solo se oía un leve vientecillo que movía las ramas del ciprés bajo el cual estaba el sepulcro de su hermana. Al llegar se arrodilló pues la tumba era una losa baja en la cual rezaba el nombre de Lady Kate. Colocó el ramito de lilas blancas y hiedras que llevaba en su mano sobre la lápida y se quedó rezando por el alma de su gemela que había despedido hacia pocos días, después de una larga y agonizante enfermedad.

Envuelta en rezos y recuerdos estuvo allí un buen rato, tanto que la niebla empezaba a disiparse a pesar de que el sol aquella fría mañana no iba a hacer acto de presencia en el cielo londinense. Todos los recuerdos que la arropaban hicieron que una lágrima escapase de sus ojos desatando un caudaloso llanto que siguió.

De pronto algo la asustó. Un calor sobre el hombro. Una mano que se posaba en él la hizo saltar y darse la vuelta cortándole el llanto de forma brusca a causa del susto pues pensaba que no había nadie más a aquellas horas tempranas en el cementerio. Se quedó mirándolo de forma fija y con los ojos demasiado abiertos en una cara empapada por los lloros. No podía articular palabra a causa del sobresalto. Delante de ella se hallaba un hombre ya entrado en años. Muy elegantemente vestido, de pelo cano muy arreglado al igual que la barba. El largo abrigo gris lo hacía parecer más alto y delgado de lo que ya era. En la mano llevaba un sombrero de copa. Parecía sacado del siglo pasado

- Disculpe señorita mi intención no era asustarla – dijo mirando a la inscripción de la tumba - ¿Un familiar?

- Mi hermana – dijo la joven una vez consiguió articular palabra después de respirar hondo.

- Comprendo su dolor. La vi muy afectada y solo quería darle un poco de consuelo.

- Murió la semana pasada, es la primera vez que vengo a traerle flores y no me pude contener – explicó Lady Sarah ya un poco más tranquila.

- La pérdida de un ser querido nos afecta en demasía y más si estamos muy unidos a él. Pero no se preocupe joven- dijo el caballero sacando la vista de la tumba para posar sus ojos en los de la chica mientras le hablaba – le aseguro que la mano que se posó en su hombro hace unos minutos bien pudo ser la de su hermana y no la mía. Siempre están más cerca de lo que nosotros pensamos. Nunca nos abandonan. Palabra de Lord Arringthon.

Y diciendo esto se puso el sombrero saludando con la cabeza cortésmente y se dio media vuelta andando entre los demás mausoleos, perdiéndose entre la niebla que aun no se había disipado del todo.

Lady Sarah se frotó los brazos en medio de un sensación extraña mientras miraba como se alejaba y preguntándose cómo era que sabía que la tumba era de su hermana si no se lo había dicho ni ella lo conocía. Lo que había empezado como un intento de consuelo había acabado con una especie de temor que recorría su cuerpo de arriba abajo. Volvió a mirar la losa bajo la que descansaba su hermana muerta secándose las lágrimas que habían quedado perdidas por su rostro y se dio media vuelta también para marcharse.

Volvía a caminar entre tumbas pero ahora se veían más claramente pues la niebla ya no era tan densa. Llegando al portal de entrada al cementerio, algo que había visto de reojo la hizo volver atrás para fijarse más en lo que acababa de ver. Delante de ella había un nicho con una foto. Una foto en la que estaba el mismo hombre que hacía unos minutos le había puesto la mano en el hombro y le había estado hablando. Ante la incredulidad, Lady Sarah se acercó más a la foto para comprobar que sus ojos no le estaban jugando una mala pasada. ¡Era él! El mismo hombre de hacia unos minutos. Con el mismo sombrero de copa que llevaba. Bajó un poco la vista y leyó la inscripción con el nombre: Lord James Arringthon.

Se separó de un salto hacia atrás. Se quedó mirando fijamente a la foto y de nuevo volvió a leer el nombre de la placa comprobando que no se había equivocado: Lord James Arringthon. Acompañado de la fecha de la defunción hacia ochenta y dos años atrás.


3 comentarios:

  1. Es difīcil no conmoverse ante el sangriento final de los Romanov. 👏👏

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  2. El ser humano siempre intenta buscar un sentido a la muerte, de lo contrario sería muy difícil reponerse de las pérdidas más intimas. Creo que de eso habla esta historia, de no irse del todo.

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  3. Siempre es un consuelo pensar en lo que dices. En no irse del todo. De ahi el relato aunque, a poder de ser sincero, yo creo que todo acaba con la muerte a pesar de me entristezca este pensamiento.

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