lunes, 24 de febrero de 2020

Cambio II (Noela Martino)

La luz en el cielo era extraña...sesgada...no sabría explicarlo. Los matices se mezclaban entre los tonos amarillos y violáceos.
Allí sentados, dentro del coche parecía que nada ni nadie podía hacernos nada malo.
Era la cuarta vez que quedábamos, estaba muy nerviosa...no sabía si dar el siguiente paso o esperar a que él lo diese, se hacía bastante complicado.
Fue cuando me decidí a acercarme, cerré los ojos y me lancé pero antes de alcanzar mi objetivo un silbido estremecedor me heló la sangre en las venas.
Los cristales del vehículo se rompieron en diez mil pedazos golpeándonos la piel con las esquirlas, noté como me la rasgaban y me cubrí instintivamente la cabeza.
El suelo temblaba de forma descontrolada, parecía un terremoto...grité, pero no escuché mis propios gritos por el ruido que había a mi alrededor.
De repente silencio.
Era un silencio denso, pesado, que casi se podía masticar.
Abrí los ojos y le  miré.
Un trozo de cristal había saltado del parabrisas y se había clavado en medio de su frente.
La sangre brotaba espesa, rebalándole por la cara y goteando desde su barbilla hasta su pecho.
Estaba muerto.
No se por qué actué así.
Salí del coche y corrí por el bosque buscando ayuda, resbalé varias veces por el terraplén hasta salir a la carretera principal.
Fue entonces cuando vi el comienzo del cambio por primera vez.
Cuando corrí hacia la gasolinera buscando un teléfono para llamar a emergencias. En ese instante, cuando crucé la carretera lo noté, fue como atravesar un trozo de gelatina con todo el cuerpo, el siguiente paso me costó darlo...de echo cuando apoyé el pie en el suelo trastrabillé y caí hacia atrás, pero algo frenó mi caída.
Mi cuerpo quedó suspendido en el aire, apoyado contra algo totalmente invisible.
Me giré rápidamente y comencé a palpar el vacío con las manos...con una pequeña característica, no había vacío...aunque yo no pudiese verlo algo me frenaba.
Un muro invisible me impedía cruzar más allá de los lindes de la carretera.
 Di unos paso atrás y otra vez vi los matices amarillentos y violáceos atravesar el aire...Estaba atrapada y no sabía que era lo que me frenaba.
Sin saber que hacer me di la vuelta y corrí hacia la luz de la tienda de la gasolinera.
Un chico me miró desde atrás del mostrador con la cara desencajada.
-¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?
No sabía que contestarle, lo escuchaba amortiguado...como si me hablara desde detrás de un cojín.
Salió de detrás del mostrador y me agarró por el codo.
-Estás llena de sangre...acompáñame al baño para que pueda limpiarte...¿Me entiendes? ¿Estás herida?
Lo miré a los ojos, en ellos pude ver amabilidad y algo de preocupación. Parecía buena persona y me dejé llevar. Quería explicarle todo pero las palabras no salían de mi boca, el cuerpo me temblaba...no sabía por donde comenzar.
Con cuidado me condujo al baño y con unas toallitas de papel empapadas comenzó a limpiarme la cara.
-Voy a ira al almacén a por el botiquín, siéntate aquí y continua limpiándote, vengo ahora. ¿De acuerdo?
Asentí con la cabeza y el sonrió de forma tranquilizadora mientras se iba.
Me quedé sola en el baño.
Seguí limpiándome la sangre y comencé a ordenar mis ideas, no sabía si estaba alucinando o si todo aquello había pasado realmente.
Entonces un ruido sordo interrumpió mis elucubraciones.
Con cuidado entreabrí la puerta del baño y me asomé...justo a tiempo...vi  como desde atrás del mostrador algo  tiraba del cuerpo tumbado del chaval que acababa de atenderme...vi como sus pies desaparecía por detrás de la barra.
La adrenalina se activó en mis venas...el corazón me bombeaba a plena potencia...sabía que tenía que huir, pero no sabía de lo que.
Cerré con cuidado la puerta y miré a mi alrededor, por suerte el baño de la gasolinera tenía una ventana, así que subiéndome al inodoro me aupé y salí por ella.
En cuanto toque el suelo no lo pensé dos veces y comencé a correr todo lo que mis piernas daban hacia el pueblo.
No sabía que demonios estaba pasando pero iría a la policía y ellos lo averiguarían, eso era lo correcto y eso era lo que iba a hacer.

lunes, 17 de febrero de 2020

Presentación de Marco Livorno, un libro de Mario Regueira.

Presentación de Marco Livorno.


CAMBIO.(Noela Martino)

Me siento triste, no quiero seguir. Estoy harta de la falsedad que me rodea, de los estereotipos, de el clasicismo. Cansada de que todo cambien a mi alrededor. Noto que no evoluciono, que a cada paso el suelo se tambalea bajo mis pies y alguien cae a mi lado, sin que yo pueda evitarlo.

 ¿Por qué todo cambia cuándo yo no lo hago?

¿Por qué te sonríe con condescendencia al que hace poco ayudabas para que no estuviese en esta situación?

 Los odio.

 Odio cada palabra que sale de sus bocas.

Odio cada mirada despectiva a su alrededor creyéndose mejores que el resto.

Odio la falsedad en sus sonrisas. Esas sonrisas que parecen sinceras y vivas pero que se ven eclipsadas por la muerte que hay en sus ojos. Son ojos muertos, ojos no humanos...ojos que antes estaban vivos pero que ahora solo son parte de la vaina que envuelve la realidad.

Antes todo era más sencillo, podías mirar a alguien a la cara y sentirte comprendida, sentir que estabas hablando con alguien igual que tú…pero ahora...ahora hay que ocultar todo signo de debilidad.

Ayer se llevaron a mi amiga.

Hoy la vi.

Pero ya no era ella. La ropa: impecable. El pelo: totalmente perfecto. La sonrisa: blanca y brillante. Los ojos: muertos.

Estaba del otro lado. Supe que la había perdido y huí antes de cruzarme con ella. Tenía miedo a fallar, a demostrar cualquier tipo de sentimiento y que me descubriera. Sabía que cualquier signo de debilidad haría que cayeran sobre mí como buitres hambrientos y que me arrastrarían al silo que había construido a las afueras del pueblo. Por eso me alejé. Se que estoy casi sola...los que son como yo todavía no se atreven a presentarse.

Todos somos muy sigilosos, cuidadosos y desconfiados. Nunca sabes quién te puede traicionar y al fin y al cabo esto es una forma de defensa para preservar la poca humanidad que aún me puede quedar dentro.

miércoles, 12 de febrero de 2020

CONTENCIÓN (Javier de la Iglesia)

Me he liado demasiado haciendo la compra. Cada día que voy a la plaza hablo más de lo que compro. ¡¡¡¡Ay, no!!!! se me olvidó de coger el brandy para hacer la salsa del pavo. Bueno es igual. Estoy llegando ya al piso no doy vuelta. Paro en el bar de abajo y malo será que Anita no tenga una botella de Coñac. Josefina ¡por dios! Es un bar. ¿Cómo no va a tener? Compro allí la botella y ya está. Solucionado. Por los clavos de Cristo, menos mal que no pienso en alto sino la gente alucinaría oyendo mis razonamientos conmigo misma mientras voy por la calle. Venga Josefina, apura que un poco el paso, porque conociéndome seguro que entro en el bar y tardo vente minutos para comprar el licor. Ay, si se pudiera dejar la lengua en casa, mucho tiempo ahorraría en mi vida.
Ya está, ya llegué. ¡madre mía! ¿La puerta de este bar pesa más cada día? Mira que cuesta abrirla. Aunque pensándolo bien también puede ser la edad. Mis años superan a los de la puerta. Por fin abierta, no sin esfuerzo:

- Hola Anit...

¿Qué hace él ahí? Solo verlo me quedo helada. La sonrisa de mi cara se borra y mis ojos se entornan, endureciendo la expresión, cuando él vuelve la cara para ver quién entra. ¡Dios! La rabia me invade. Mis más oscuros e ilegales instintos afloran en mí. En ese momento desearía pedirle un cuchillo a Anita y darle rienda suelta a todo el odio que llevo dentro gracias a él.

¡Por todos los santos Josefina! ¿Qué es lo que estás pensando? Borra esos pensamientos ya. ¿Qué quieres? ¿Convertirte en una asesina como lo es él?

El verlo me hace retroceder en el tiempo. A aquel fatídico día hace ya bastantes años en que sucedió lo peor. Y no tantos años. Este…. indeseable personaje estaría pudriéndose en la cárcel aun hoy si ese maldito cura no hubiese intercedido por él ni hubiese manejado los chantajistas y monetarios hilos para sacarlo de la cárcel valiéndose de importantes influencias. Mi hermano no había tenido una segunda oportunidad cuando este…. bárbaro llegó a junto a él, le pegó la escopeta de caza a la cabeza y le disparó a quemarropa. Y todo por unas discusiones sobre unas fincas. Cierto que nunca habían sido amigos precisamente, pero para llegar a ese extremo no era la cosa.

A la cabeza me vinieron mil imágenes de aquel día. Nervios, horror, incertidumbre, las imágenes del cuerpo sin vida de mi hermano después de…. no quiero ni nombrar lo que ese hombre le hizo. ¡Madre mía! Lo había asesinado a sangre fría. No me podía creer que aquello pasase cuando me avisaron de lo sucedido. Habían pasado los años, pero la herida no había cicatrizado. Se aprende a vivir con ello, pero nunca se olvida. Y menos cuando se trata de cosas así.

Ahí está, sosteniéndome la mirada, de forma burlona incluso. Aunque puede que yo lo vea de esa manera y no sea así. No soy objetiva. ¿Cómo puede tener la poca vergüenza de llevar la cabeza alta por la calle? Y más aún cuando está en frente de mí. Mi rabia se está mezclando con el odio y me está subiendo de los pies a la cabeza pasando por mi estómago y revolviéndolo. ¿O será la sola visión de este ser indeseable lo que me provoca revoltura en mis entrañas? Aprieto mis manos con la rabia. Mis dientes hacen lo mismo unos contra otros. Creo que se pueden oír apretándose desde el mostrador del bar. Inhalo una bocanada de aire a través de mis fosas nasales y la suelto por la boca. Mi instinto me dice que por lo menos le cruce la cara un par de veces después de escupirle en ella. Pero me sereno y me armo de valor mientras cuento hasta diez. Avanzo lentamente al mostrador y decido ignorarlo. Yo no voy a caer en la tentación como para rebajarme y perder los nervios. Abro mis labios para pedirle a Anita lo que necesito, pero oí la asquerosa voz de él que impidió que yo empezase a hablar.

- Ponle algo a la señora que la invito yo – dijo él.

¡¡¿Qué?!! ¿Cómo? ¿He oído bien? No me lo puedo creer ¿Cómo se atreve? Esta hurgando en mi cicatriz, que vuelve a convertirse en herida sangrante en ese mismo momento. En mi mente le lanzo un grito tan fuerte delante de su cara que le vuelan los pocos pelos que le quedan en la cabeza seguidos por los de aquel ridículo bigote. Mis uñas rayan el mostrador, dejando los arañazos marcados en él.

Me controlo.

Mucho.

Yo no soy como él ni quiero convertirme en un ser tan despreciable. ¿De qué sirve que cometa una locura si mi hermano no va a volver y ese… indeseable… no merece que arruine mi vida por él?
“Yo no soy como él, yo no soy como él” me repito. “Ni quiero serlo”

- Yo no tomo nada de manos de asesinos – mi voz sonó más dura que nunca con la vista fija hacia el frente, evitando mirarlo.

Y no contento con eso aún se atreve a volver a abrir la boca:

- Bueno mujer. Hay que aprender a dejar las cosas atrás y tener paciencia. Lo peor fue lo mío que tuve que ir a la cárcel y no lo pase bien.

Pero…. ¿Cómo podía…? Aún por encima ¿tenía que aguantar la provocación de que se posicionase como la victima de la historia? ¡Uy! Esto se está convirtiendo en algo inaguantable. Josefina, tómate una buena ración de aguante y autocontrol. Calma todos esos pensamientos y nervios. No merece la pena. No te ensucies con un ser tan despreciable.

“Yo no soy como él” “Yo no soy como él” “Ni quiero serlo”

Vuelvo la cabeza y lo miro a los ojos con la expresión más dura que consigo transmitir:

- Usted lo que merece es que le peguen un tiro en la cabeza, pero no paga ni el cartucho – consigo decirle, es mi rabia la que está hablando.

Doy media vuelta y salgo del bar. Es inevitable que a la cabeza se me vengan imágenes de mi hermano y una lágrima resbala por mi mejilla. Pero me voy orgullosa de mi misma. No vale la pena entrarle al juego a una persona tan indeseable. Yo no soy una asesina como lo es él. Mis valores lo superan con creces y tampoco ganaría nada con cometer una locura. No quiero volverme igual que ese… innombrable. “Yo no soy como él” “Yo no soy como él” “Ni quiero serlo”

La vida ha de seguir y mi reciente herida sangrante vuelve a convertirse en cicatriz una vez salgo por la puerta del bar.

lunes, 3 de febrero de 2020

Escandallo de un poema. (Mónica Graña)

Alguna vez he bajado por las escaleras:
los niños gritan y los padres ladran,
no se escuchan las sentencias
porque van en papel directas al alma.


La calle está mojada y ha llovido,
la pendiente deja caer la helada.
Gotas de rocío habiendo cercas
no tienen un camino sentenciado;
ellas bajan por costumbre,
como gatos arañando las cortinas.
Cada milímetro de suelo es parte del camino.
Se transita por la luz como el viento por la ráfaga.
No tenemos que correr a compar el pan
Las manzanas están salada, el mundo enferma
y, el tintero tiene las plumas de un ángel
que quería escribir sus últimas palabras.


La mañana nace rota por el estruendo de un rayo de sol,
hace pública la estrella que en el cielo no hay silencio
que todo lo que no vemos está ocupado,
que no sabemos elegir la mirada más correcta
y nos quedamos con la cercana.


Miro al suelo porque el cielo me queda tan alto,
que las luciérnagas me parecen mariposas mansas.


Quiero ver cómo se descompone la carretera,
cómo se derrite el asfalto cuando nadie
lo mira como debería mirarlo.


Hay piedras que arrancan arte
y caracolas de mar que saben cantar.
Varadas las sirenas el mar castiga las rocas,
los peces de lanzan al anzuelo
y los pájaros se derrumban contra el campanario.


La hostilidad de esta mañana
me abofetea la cara.
Cada mañana me recoloco la mirada
y salgo como si el mundo me importara;
cuando todas las palabras de este mundo son herida
y las vocales se quedan en casa,
con la cabeza escondida para que no les caiga la metralla.