lunes, 23 de septiembre de 2019

TRANSPARENTE (2ª PARTE) (Javier de la Iglesia)

Habían pasado ya dos años y aunque no asimilaba bien lo que me había ocurrido, había aprendido a vivir con ello. En estos dos años descubrí que había más gente como nosotros. Hablo de nosotros porque el señor que me había guiado hasta los carteles de desaparecidos de la guardia civil, al primer invisible que conocí después de volverme transparente, y yo nos habíamos vuelto casi inseparables y buenos amigos. Ahora él era mi familia. Él y más como nosotros que fuimos haciendo piña. Ninguno sabíamos lo que nos había pasado. Nadie tenía la explicación a nuestros casos. Vivíamos por las calles y nos habíamos apropiado de un potente edificio abandonado para no dormir al raso. Podíamos decir que era nuestro hogar. ¿Qué clase de hogar? Un hogar desangelado y vacío porque todo lo que tocábamos se volvía tan invisible como nosotros. Con el tiempo fui conociendo a más invisibles. Mi nuevo amigo me los había presentado porque él era uno de los más antiguos. Hacia 25 años que se había vuelto transparente. Ninguno de los treinta y dos invisibles que éramos, por lo menos en nuestra ciudad, había muerto después de que nos pasase aquello misteriosamente inexplicable. Y lo más raro era que nuestra salud era de hierro. A pesar de ir desnudos casi no sentíamos la sensación de frío ni calor. Y no sangrábamos si nos cortábamos o nos hacíamos una herida. Cicatrizaba casi al momento. Éramos como muertos con corazón latente. Las preguntas eran miles. ¿Qué iba a pasar con nosotros? ¿Nos íbamos a quedar así toda la vida? Y la pregunta del millón
¿Por qué?
Ninguno sabíamos la respuesta a esta pregunta.

Todo resultaba muy raro. Ya no sabía cómo era mi aspecto actual. Aprendes a vivir sin poder mirar tu rostro en ninguna parte. Yo solo podía ver mi cuerpo que iba envejeciendo, pero mi rostro era imposible de mirármelo. De vez en cuando iba al cuartel de la guardia civil, a muy pocos metros del edificio abandonado donde nos guarecíamos, para ver mi foto de desaparecido y no olvidarme como era, por lo menos como eran mis facciones dos años atrás. Resulta totalmente desgarrador ver como tu familia lo pasa mal porque misteriosamente no sabe nada de ti y como poco a poco van asimilando que nunca más van a volver a verte. Sentir como vas cayendo en una especie de olvido estando cerca de ellos, gritándole pegado a su cara sin que ellos te puedan oír. Es súper triste ver a tus seres queridos sin poder tocarles ni que sientan que tu estás ahí. Aprendes a vivir con ello. Y es más, prefieres no rondarlos para no sufrir con la situación.

Desde que me había pasado a mí, solo cuatro personas más sufrieron lo mismo. Uno de ellos un niño que encontré un día vagando por las calles con la mirada perdida y desnudo. Ese era el distintivo que nos permitía reconocernos. Y a todos les pasa lo mismo. Nos pasa lo mismo. Nos cuesta mucho adaptarnos a esta inexplicable y rara situación. Una rutinaria y aburrida vida en una comuna de invisibles. Sin pena ni gloria hasta que pasó aquello.

Un anochecer más como todos. Las luces de la cuidad habían encendido ya y estábamos todos en nuestro edificio abandonado, charlando como cualquier noche mientras veíamos a los transeúntes pasear por las aceras sin que pudieran vernos y oírnos. Y de repente, sin mayor explicación, un apagón sumió a la ciudad en la más profunda de las oscuridades. Todo se había quedado quieto. La electricidad se volatilizó haciendo que todo se parase. Nos quedamos completamente a oscuras. La gente en la calle se paró en seco. Los transeúntes y los vehículos. Todo. Nadie sabía lo que estaba pasando. Parecía haberse parado el tiempo. Y de pronto, en el cielo de la noche se empezó a ver un puntido diminuto pero brillante. Un puntito que poco a poco se hacía más grande y más luminoso que iba aportando claridad a la noche. Todo el mundo volvió la cabeza hacia dicha luz que poco a poco se engrandecía. De repente se empezó a sentir calor. La gente se quejaba. Hasta nosotros lo sentíamos. Más y más calor que aumentaba por segundos de manera exagerada al igual que lo hacia la potente luz que empezaba a cegar a todo el mundo. No recuerdo muy bien cómo fue porque tuve que proteger mis ojos de semejante destello que empezaba a ser demasiado dañino. Agaché la cabeza entre mis brazos cerrando los ojos de manera fuerte al igual que hicimos todos y llegó la onda caliente. Fue como la onda expansiva de una detonación que nos empujó por el aire, como un fuerte viento cargado de fuego abrasivo iluminando como nunca el mundo. Me acuerdo del indoloro golpe contra la pared del edificio.

Cuando conseguí abrir los ojos todo volvía a estar oscuro. Miré a mi alrededor pero no conseguí ver a nadie. No sabía si era por la oscuridad de la noche o me había quedado ciego. Lo cierto es que esta segunda opción la descarté cuando las luces volvieron a iluminar la cuidad. Frente de mi tenía la pared y lo que vi más allá de la ventana me dejó horrorizado. Miles de cuerpos calcinados sembraban las calles. Dentro de los coches había los restos momificados y quemados de los conductores y los pasajeros. Toda la gente que estaba por las calles estaba carbonizada, al igual que la gente que había salido a los balcones y podía ver yo desde mi posición.

En medio de este horror surgió una voz que me llamaba por mi nombre. Era la de mi amigo, el otro invisible. Cuando me di la vuelta lo vi de pie tras de mí, vestido y mucho más joven. Como en la foto de su cartel de desaparecido. Y detrás de él todos los invisibles que estaban allí antes de que pasara esa ola de aire quemador. Todos estaban vestidos y sus rostros habían rejuvenecido. Me quedé parado y miré mi cuerpo. Yo también tenía ropa, la misma ropa que el día que me había vuelto trasparente.

Ninguno pudo articular palabra. Salimos a la calle. La imagen era dantesca. Cadáveres abrasados por todas partes. Entramos en los edificios y en el interior de las viviendas había pasado lo mismo. Toda la gente se había calcinado. Pero solo las personas. Lo demás estaba intacto. Esa…onda…. aire, no sé muy bien cómo definirlo, había calcinado a todos los humanos del mundo menos a los que nos habíamos vuelto invisibles. Los treinta y dos trasparentes habíamos sobrevivido y habíamos vuelto al día de la desaparición.

Pasamos por delante de una gran cristalera que iluminaba una farola y cuando reparé en el reflejo que devolvía los pelos se me pusieron de punta. Era yo. Me veía reflejado. Y como yo todos los demás. Con el mismo aspecto y la misma ropa del día que nos habíamos vuelto invisibles, cada uno el suyo. Casi sentí la misma sensación que dos años atrás cuando me miré al espejo y no me vi reflejado. ¡Oh dios mío! Que había pasado. Había muerto todo el mundo menos nosotros. Toda la humanidad se había quedado reducida a restos de ceniza menos los invisibles, que habíamos dejado de serlo después de aquello que había pasado.

Me dirigí a uno de los coches. Dentro puede apreciar el cuerpo calcinado del conductor. Di un codazo al cristal de la ventanilla y éste rompió en pedazos. Cogí un trozo y delante de todos me hice un corte pequeño poco profundo en la mano. Me dolió, volvía a sentir la sensación de dolor y después de esto un hilo de sangre brotó del corte. ¡Oh dios mío! Una explicación de todo se me vino a la cabeza. No éramos simplemente invisibles, éramos los elegidos.

2 comentarios:

  1. Transparente es una historia que comienza de manera angustiosa e inquietante, al modo de una distopía futurista. Nos introduce en un mundo dual, el real al que pertenece el lector y el submundo de los invisibles. Quizá por la trama apocalíptica ( el fin del mundo) me recuerda un poco un guión cinematográfico. Este segundo capítulo abre las puertas a una nueva historia, la de los elegidos. Lejos de resolver el enigma introduce uno nuevo que nos deja en vilo. Capítulo tres cuando puedas Javier 👏👏👏.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Ángeles. La verdad aun no escribi el capitulo tres pero pensando en ello estoy.

    ResponderEliminar