lunes, 2 de septiembre de 2019

EL AMOR NO TIENE QUE DOLER (Yolanda Mosteiro)

Hoy me ha pedido mi teléfono de nuevo. Me he negado, no me gusta que no confíe en mí ni que me controle, pero se ha puesto muy nervioso, me ha gritado, me ha insultado y se ha largado con sus amigos, dejándome sola en la otra punta de la ciudad. He tenido que coger tres líneas de metro diferentes, por lo que he llegado tarde a casa y mis padres me han castigado.

Estoy llena de dudas, no sé si debería dejarle el teléfono para no tener más problemas con él o si debería… No, no puedo dejarlo, lo quiero demasiado y sé que él también me quiere o no se pondría así, ¿no?
¡No sé qué hacer…!

Decido llamar a Helena, mi mejor amiga, para pedirle consejo, pero ella no lo soporta y me dice que lo deje, que es un controlador y un misógino. Ni siquiera sé qué significa esa palabra, pero su relación con Manu siempre ha sido mala. Él incluso me ha llegado a sugerir que es lesbiana y que está enamorada de mí, que por eso lo odia. Sé que no es cierto, pero ella nunca ha estado enamorada y no entiende que las relaciones son complicadas.

—El amor no tiene que doler —dice ella, antes de darme las buenas noches.

Me acuesto en la cama dispuesta a dormir, pero mi mente no deja de pensar ni mis ojos de llorar, así que apenas duermo en toda la noche. Me levanto para ir al instituto, pero estoy tan cansada que no creo que aguante todo el día en pie. Manu me espera en la entrada, como siempre, y me acompaña hasta mi clase.

—Estás horrible —dice.

—Apenas he dormido —digo, abrazándome a él.

—Yo tampoco.

Me consuelo un poco pensando que, al menos, a él también le ha quitado el sueño nuestra discusión. Sin embargo, uno de sus amigos pasa por nuestro lado y le dice:

—¡Eh, tío! Esta noche quedamos de nuevo para un Fornite.

Manu asiente.

—¿Estuvisteis jugando hasta las tantas? —pregunto, sin ánimo alguno de recriminarle nada, aunque ahora entiendo un poco mejor su repentino abandono.

—¡No me des la brasa! —grita.

—No es eso, pero pensaba que…

—No pienses en lo que hago yo, sino en lo que haces tú. ¿Vas a dejarme ver tu móvil?

—Manu, tienes que confiar en mí, yo te quiero… —digo, poniendo las manos en sus mejillas.

—¿Cómo voy a confiar en ti si no me dejas ver con quien hablas? —dice, apartándome de él bruscamente.

Hecho la mano al bolsillo trasero de mis vaqueros, pensando seriamente en dejárselo ver, pero las palabras de mi amiga retumban a mi cabeza. ¡No, el amor no tiene que doler! Agarro el teléfono con fuerza y lo miro.

—Vas a tener que confiar en mí, Manu.

—¡Si no me lo das ahora mismo esto se acabó! —sentencia.

Las lágrimas vienen a mis ojos al pensar en esa posibilidad, pero me digo a mi misma que mi dignidad vale más que una cuantas palabras de amor vacías.

—Manu, ¿podemos hablar de esto en otro momento? Todo el mundo nos mira… —digo, observando como varios de nuestros compañeros se paran al oírnos discutir.

Aprovechando mi descuido al observar nuestro entorno, él me arrebata el teléfono de la mano y lo desbloquea, dispuesto a leer mis mensajes de WhatsApp.

—¡Dámelo! —digo, intentando arrebatárselo—. Manu, dame mi teléfono.

—¡Ahora lo entiendo todo! —dice él, leyendo alguno de mis mensajes—. ¡No querías que viera con cuántos tíos hablas, eres una….! —Se contiene para no llamarme puta, pero la intención es más que suficiente para mí.

—Te estás pasando… —advierto, intentando parecer tranquila aunque las lágrimas rueden, incontrolables, por mis mejillas.

—¿Con cuántos de éstos te has acostado? —grita, estampando mi teléfono contra el suelo.

Tiemblo. Por primera vez en este año y medio que llevamos juntos, tengo miedo de él y es entonces cuando entiendo que esto no es amor, es control. Me seco las lágrimas con las mangas de mi camiseta y me agacho a recoger los pedazos de mi móvil. Cuando me levanto y lo miro, su cara refleja mi miedo.

—Cariño… —dice, intentando acariciarme.

—¡No, no me toques! —Me alejo de él—. Hemos terminado, Manu, tú no me quieres y yo…, yo no quiero esto.

—¡Claro que te quiero! —dice él, escupiendo las palabras con agresividad.

Le doy la espalda y camino hacia mi clase, llorando como nunca antes había hecho en mi vida. Siento a Manu protestar a mi espalda, primero me dice que me quiere, pero al ver que no me giro comienza a insultarme. Ignoro sus palabras, aunque cada una de ellas arranque un pedacito de mi malograda autoestima. Al llegar a clase Helena me abraza, me da su apoyo incondicional y entonces sé que he hecho lo correcto. El amor es esto: cariño, comprensión, confianza y respeto. El control, los celos desmedidos y la violencia, aunque solo sea verbal, son el augurio de un futuro que no quiero para mí.

1 comentario:

  1. Mima!!!! hasta me he puesto nervioso imaginando la situación que plantea este ralato tan intenso y, por desgracia, tan de actualidad. Ojala todas estas situaciones en la realidad acabasen con tanto valor como en tu relato Yolanda. Muy bueno. Es muy intenso y descriptivo.

    ResponderEliminar