lunes, 6 de mayo de 2019

33 (Javier de la Iglesia)

Uno: Fue duro. Pensé que iba a ser peor. La vara golpeó haciéndome retemblar todos los órganos internos. “Tengo que ser fuerte” Esto va para largo. Es mi misión.

Dos: se me cortó un poco la respiración. Pero mantengo mi compostura. Siento ardor después del golpe.

Tres: cierro los ojos y ahogo el grito. Contengo la respiración mientras oigo al romano decir el siguiente número…

Cuatro: ¡¡¡¡¡¡aaaah!!!!!! La vara impactó en el mismo sitio de la primera vez. Siento romper levemente la piel.

Cinco: mis riñones protestan. Esta cayó más abajo. Empiezo a retorcerme. Las piernas me empiezan a fallar. Tiemblan, pero consigo mantener la compostura delante de todos.

Seis: esta fue a lo largo de mi espalda. Las laceraciones empiezan a hacer cruces en mi piel empezando a ponerse más y más rojas. Siento la sangre a flor de piel.

Siete: me hace encoger. Cada vez duelen más y las manos se me resienten en los grilletes atados a la piedra. Pero vuelvo a erguirme.

Ocho: ¿Por qué? ¿Por qué aguanto esto? Ya no hay vuelta a atrás.

Nueve: ¡¡libérame, quita de mi esta tortura!!

Diez: veo gotas de sangre salpicar el suelo.

Once: los pulmones empiezan a no dar aguantado las respiraciones dolorosas. Me arde la espalda.

Doce: la gente empieza cerrar los ojos. Empiezo a percibir el olor de mi sangre.

Trece: una pierna me falla. Me cuesta respirar y algún quejido empieza a salir de mi boca.

Catorce: no me veo capaz de mantener la compostura. Grito para aliviar el golpe.

Quince: ¡qué acabe ya! Mi cuerpo se resiente demasiado. Me tiran los grilletes cuando me retuerzo.

Dieciséis: la piel de mis muñecas se resquebraja al friccionar con las toscas esposas. Una rodilla me cae contra el suelo abriéndose una brecha en ella. Soy incapaz de sostenerme en pie.

Diecisiete: mi cara golpea la piedra ante el movimiento involuntario del dolor con el nuevo impacto de la vara.

Dieciocho: algo cambia. Ya no es una vara. Algo se clava en mi piel profundamente. ¿Cuchillas en las puntas de las cuerda? Quiero mirar, pero cuando giro la cabeza siento el tirón. Mis alaridos llegan al cielo. Me falta carne. Va arrancada en las hojas de acero afiladas.

Diecinueve: mi cuerpo se desploma en el suelo quedándome los brazos en alto, atados a la piedra por el frio hierro.

Veinte. ¡DIOS! La gente se asusta y retrocede ante el espectáculo. Mis gritos los espantan también.

Veintiuno: siento correr chorros caudalosos de sangre por mi cuerpo. En el suelo se empieza a acumular un pequeño charco. Se me nubla la vista. Me falta el aire. No sé cómo doy gritado.

Veintidós: mis alaridos son igual que un animal herido al que le rajan el vientre. La gente empieza a marchar y alguno está vomitando. Los veo borrosamente. El olor de mi sangre lo inunda todo.

Veintitrés: ¿Por qué me metí en esto? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¡¡¡¿POR QUEEEEEEEÉ?!!!! ¿Por qué soy el elegido? Me siento traicionado y abandonado. ¿Por qué acaba encima de mi tanta crueldad?

Veinticuatro: siento el aire rozar los huesos de mis costillas. Mi cuerpo no se sostiene. Solo lo sujetan las argollas.

Veinticinco. No tengo ni fuerzas para gritar. Me duele. Me duele mucho y no doy amortiguado el dolor con los gritos. Veo venir la vara y las cuchillas en las cuerdas muy borrosamente con la escasa apertura que mis ojos aguantan.

Veintiséis: no sé si aguantare hasta el final, aunque esté predestinado a ello. Hay trozos de mi cuerpo sin piel.

Veintisiete: siento las cuchillas abrir rajas directamente en mi carne desnuda. Incluso siento saltar alguna estilla de mis costillas.

Veintiocho: no sé si quiero mi victoria en el reino de los cielos. ¿Merece la pena todo este dolor? Me faltan trozos.

Veintinueve: todo se vuelve negro.

Treinta: cruelmente vuelvo en mí con este impacto. Pero mis manos están sueltas. En mi negrura debieron soltarlas.

Treinta y uno: es tanto el dolor que ya no lo siento. Mi olor es nauseabundo. Mi sangre. Mis esfínteres no aguantan. Se relajan.

Treinta y dos: creo que no siento mi cuerpo. No es dolor. Es ardor. Como si mil agujas al rojo vivo penetraran en mis carnes desprovistas de piel. No veo. Solo puedo oír a lo lejos, vagamente, sintiendo las náuseas.

Treinta y tres: y oigo un “basta”. Me da igual. Que sigan. Solo quiero dejar de sentir. Y me arrastran. Me levantan. Me sostienen. Soy un cuerpo muerto. Después de esto la crucifixión que me espera será un puro trámite.

3 comentarios:

  1. UN relato muy duro por el contenido que aborda. Me gusta la estructura narrativa. La división en 33 escenas. Un número que no es en absoluto gratuito, sino que alude a la edad de Cristo cuando fue crucificado, o al menos eso deduzco como lectora.

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  2. Si. Me refiero a ese momento. Me apasiona la historia y a veces me gusta inspirarme en hechos reales o históricos para escribir mis relatos y sumergirme en eses momentos del pasado.
    Gracias
    Javier de la Iglesia

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