domingo, 26 de mayo de 2019

RADIOGRAFÍA DE LA MUJER HERIDA (Ángeles Madriñán)

De piel para dentro
y a pesar de una misma
el llanto se queda sin cáscara
las excusas se acomplejan
como un señora bajita
en un ascensor
que sube a las nubes
el estómago se nos revuelve
indigesto de agravios.
Las mujeres siempre estamos solas
Intuyo que ellos lo saben
y nosotras lo habíamos olvidado
Quizá una estadística
me recoja, me arrope
me premie con une epitafio de hoguera
ardan las redes en palabras
enciendas velas en las plazas
recen ateos varones
a mi me den el papel de mujer muerta
y el feminismo en su agenda
anotará mi ausencia.

lunes, 13 de mayo de 2019

El imbécil de mi hermanastro. Fragmento (Chus Iglesias)

Acabo de poner un pie fuera de cama, vaya dolor de cabeza tengo y una sed que me bebería todo el pilón de mi abuela. No me va a quedar otra que bajar a la cocina a por una botella de agua si quiero volver a meterme en cama, aunque muy temprano no debe de ser porque el sol entra a raudales por la rendija de la persiana y casi me molesta. Voy descalza porque así, también me espabilo, al contacto del frío con mis pies. Salgo de la habitación somnolienta que casi ni veo, ya me molesta la luz, como a los vampiros y eso que no he salido al exterior. Voy a la nevera y ya veo su puerta abierta, supongo que será mi madre, pero oh. Sorpresa.
— Hostias, vaya susto que me has dado, ¿Qué haces tú en mi casa, y bebiendo a morro por el cartón de zumo? — Óscar me sonríe y me taladra con la mirada, pero sigue bebiendo.
Voy se lo saco de la boca y comienzo a beber como si se acabase el mundo. Y ahora que me fijo, vaya, que a pesar de estar bebiendo se me seca la garganta, Oscarito, en bóxer negro, Virgen Santa lo que se abulta debajo de él, esto es para atragantarse con la fiesta que me podría dar, lo miro de arriba abajo. Piernazas de atleta, vientre plano con tableta, el torso y las tetillas, brazos musculosos. Creo que si me abrazase me estrujaría. Y qué decir de esa cara de angelito, o más bien demonio salido de un catálogo de lencería, o no sé si mejor de una película porno. Este tío es un pecado mortal. Él me mira, que yo también voy discretita, con un pijama corto, de culotte y camiseta de tirantes, sin sujetador y mis pezones que no disimulan nada, apuntándolo, y él que tampoco se corta un pelo, no le saca los ojos de encima, a mis piernas y a mis tetas.
— Vaya resaca tienes tía, pero que has hecho, ¿has vuelto a beber?
— Nooooo, he ido a la despedida de soltera de Alba y me he tomado agua toda la noche. No te jode — cierra la nevera después de que yo le pase el zumo — oh. Por favor despacito, suave, suavecito, que me duele la cabeza, Dios, no vuelvo a beber en mi vida— y él se ríe.
— Eso siempre se dice al día siguiente de una borrachera. Hace unas noches yo también fui de despedida y terminé más o menos como tú, pero ya sabes que noches de desenfreno.
— Sí, mañanas de ibuprofeno, voy a tener que tomarme uno. ¿Qué haces aquí? Que me acabas de dar un susto de muerte — él sigue recorriéndome con la mirada, y bueno, yo creo que está excitado, no quiero aventurarme, ni mirar mucho.
— Ya ves, tu madre me ha dado las llaves de casa, para que me quede, venga a dormir y todas esas cosas, cuando quiera — sonríe que da ganas no sé de qué, bueno sí lo sé, pero prefiero no pensarlo.
— Yo la mato, y no me dice nada, así me pasee en bragas por la casa, o desnuda que no es la primera vez. O al baño sin cerrar la puerta creyéndome sola.
— Vas en bragas — me dice señalándome.
— No, voy en pijama y deja de mirarme que me pongo colorada —y cachonda.
— Pues el día que vayas en bragas no te digo nada. Y me gustas cuando te pones colorada. No estaría mal escucharte o verte haciéndote deditos en la ducha —sigue mirándome con ojos vidriosos.
— Yo no me hago dedos en la ducha — protesto mirándolo fijamente.
— No te creo, llevas ocho meses sin follar y estás así, no te lo crees ni tú. Embustera— susurra en tono lujurioso.
— Cállate Óscar, tengo un vibrador que es la hostia.
— Puf, me encantaría verte— y se ha acercado, poniéndome el vello de punta y
calentándome mucho, a pesar de la puta resaca que llevo encima.
— Joder, ¿Estamos solos? —le pregunto cambiando de tema.
— No, ellos están en el jardín. ¿Vienes a correr con mi padre y conmigo? La urbanización es ideal para hacerlo —me lo pregunta pegándose cada vez más a mí, me encanta como huele.
— Tú debes querer que me dé un infarto y quedarte tú con toda la herencia. Y no avises, de que está tu padre y que me vea desnuda media familia —le digo con sorna.
— Nena, por mí como si te paseas en tanga, estaría muy bien. Anda, ponte ropa de deporte y zapatillas, vente con nosotros, vamos a machacar al viejo. Yo dormí tres horas y también estoy cansado. Anda ven — y tira de mí, me abraza.
Uy que esto se calienta muy pero mucho. El contacto de su cuerpo con el mío me pone la piel de gallina de nuevo. No quiero salir de aquí, quiero que me lleve a su cama o a la mía a pesar del dolor de cabeza, sería un buen analgésico. Y voy a parar de pensar en cosas que no pueden ser. Lo aparto.
— Aparta joder, que desprendes calor. Tú dormiste tres horas pero antes follaste hasta quedarte sin sentido. Y yo mierda.
— Tampoco folle tanto, tres.
— ¿Tres qué? — pregunto cómo la ignorante que soy.
— Tres polvos y una mamada.
— Ay la madre que me parió, que suerte tienen algunas. Ve a cambiarte, voy a hacer el esfuerzo del siglo, me debes una y no me des detalles de cómo han sido, que ya me lo puedo imaginar, debieron de oíros gritar en la Catedral, y la tía seguro que lleva la marca de tus dedos en algún sitio.
—Como quieras, tampoco tengo inconveniente, en diferentes posturas — me cuenta sonriendo, capullo.
— Voy a cambiarme, me ducho a la vuelta.
— ¿Puedo ducharme contigo? — se me seca la boca, me pongo colorada, no sé qué decir. ¿A qué juega? esto va a ser un peligro, más bien Alto riesgo. Voy a tener que andarme con pies de plomo.
— Puedes, pero sin tocarnos — le susurro.
Si tú juegas, yo también. Nos miramos fijamente, estamos en la cima de las escaleras, nuestros padres entran en casa, y nosotros nos largamos cada uno a una habitación.
— Óscar, yo estoy para ir a correr ¿te vienes o qué?
— Sí, bajo y Sara también.
— Hija, que vas a hacer, si tú nunca corres.
— No, si yo me correría de buena gana, pero va a ser que no — comento en voz baja sin que nadie me escuche.
— Acabas de decir lo que creo que escuché —me pongo muy, pero que muy roja con lo que él ha dicho.

lunes, 6 de mayo de 2019

33 (Javier de la Iglesia)

Uno: Fue duro. Pensé que iba a ser peor. La vara golpeó haciéndome retemblar todos los órganos internos. “Tengo que ser fuerte” Esto va para largo. Es mi misión.

Dos: se me cortó un poco la respiración. Pero mantengo mi compostura. Siento ardor después del golpe.

Tres: cierro los ojos y ahogo el grito. Contengo la respiración mientras oigo al romano decir el siguiente número…

Cuatro: ¡¡¡¡¡¡aaaah!!!!!! La vara impactó en el mismo sitio de la primera vez. Siento romper levemente la piel.

Cinco: mis riñones protestan. Esta cayó más abajo. Empiezo a retorcerme. Las piernas me empiezan a fallar. Tiemblan, pero consigo mantener la compostura delante de todos.

Seis: esta fue a lo largo de mi espalda. Las laceraciones empiezan a hacer cruces en mi piel empezando a ponerse más y más rojas. Siento la sangre a flor de piel.

Siete: me hace encoger. Cada vez duelen más y las manos se me resienten en los grilletes atados a la piedra. Pero vuelvo a erguirme.

Ocho: ¿Por qué? ¿Por qué aguanto esto? Ya no hay vuelta a atrás.

Nueve: ¡¡libérame, quita de mi esta tortura!!

Diez: veo gotas de sangre salpicar el suelo.

Once: los pulmones empiezan a no dar aguantado las respiraciones dolorosas. Me arde la espalda.

Doce: la gente empieza cerrar los ojos. Empiezo a percibir el olor de mi sangre.

Trece: una pierna me falla. Me cuesta respirar y algún quejido empieza a salir de mi boca.

Catorce: no me veo capaz de mantener la compostura. Grito para aliviar el golpe.

Quince: ¡qué acabe ya! Mi cuerpo se resiente demasiado. Me tiran los grilletes cuando me retuerzo.

Dieciséis: la piel de mis muñecas se resquebraja al friccionar con las toscas esposas. Una rodilla me cae contra el suelo abriéndose una brecha en ella. Soy incapaz de sostenerme en pie.

Diecisiete: mi cara golpea la piedra ante el movimiento involuntario del dolor con el nuevo impacto de la vara.

Dieciocho: algo cambia. Ya no es una vara. Algo se clava en mi piel profundamente. ¿Cuchillas en las puntas de las cuerda? Quiero mirar, pero cuando giro la cabeza siento el tirón. Mis alaridos llegan al cielo. Me falta carne. Va arrancada en las hojas de acero afiladas.

Diecinueve: mi cuerpo se desploma en el suelo quedándome los brazos en alto, atados a la piedra por el frio hierro.

Veinte. ¡DIOS! La gente se asusta y retrocede ante el espectáculo. Mis gritos los espantan también.

Veintiuno: siento correr chorros caudalosos de sangre por mi cuerpo. En el suelo se empieza a acumular un pequeño charco. Se me nubla la vista. Me falta el aire. No sé cómo doy gritado.

Veintidós: mis alaridos son igual que un animal herido al que le rajan el vientre. La gente empieza a marchar y alguno está vomitando. Los veo borrosamente. El olor de mi sangre lo inunda todo.

Veintitrés: ¿Por qué me metí en esto? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¡¡¡¿POR QUEEEEEEEÉ?!!!! ¿Por qué soy el elegido? Me siento traicionado y abandonado. ¿Por qué acaba encima de mi tanta crueldad?

Veinticuatro: siento el aire rozar los huesos de mis costillas. Mi cuerpo no se sostiene. Solo lo sujetan las argollas.

Veinticinco. No tengo ni fuerzas para gritar. Me duele. Me duele mucho y no doy amortiguado el dolor con los gritos. Veo venir la vara y las cuchillas en las cuerdas muy borrosamente con la escasa apertura que mis ojos aguantan.

Veintiséis: no sé si aguantare hasta el final, aunque esté predestinado a ello. Hay trozos de mi cuerpo sin piel.

Veintisiete: siento las cuchillas abrir rajas directamente en mi carne desnuda. Incluso siento saltar alguna estilla de mis costillas.

Veintiocho: no sé si quiero mi victoria en el reino de los cielos. ¿Merece la pena todo este dolor? Me faltan trozos.

Veintinueve: todo se vuelve negro.

Treinta: cruelmente vuelvo en mí con este impacto. Pero mis manos están sueltas. En mi negrura debieron soltarlas.

Treinta y uno: es tanto el dolor que ya no lo siento. Mi olor es nauseabundo. Mi sangre. Mis esfínteres no aguantan. Se relajan.

Treinta y dos: creo que no siento mi cuerpo. No es dolor. Es ardor. Como si mil agujas al rojo vivo penetraran en mis carnes desprovistas de piel. No veo. Solo puedo oír a lo lejos, vagamente, sintiendo las náuseas.

Treinta y tres: y oigo un “basta”. Me da igual. Que sigan. Solo quiero dejar de sentir. Y me arrastran. Me levantan. Me sostienen. Soy un cuerpo muerto. Después de esto la crucifixión que me espera será un puro trámite.