Parecía haber un muelle bajo mi ser. Mis pies se
levantaban en un maravilloso y perfecto salto al compás de las notas que la
orquesta reproducía, con los acordes exactos que marcaban mi entrada en el
escenario. Me hallaba en el aire, cada músculo de mi cuerpo se ponía en
movimiento para que el baile fuese perfecto. Mis brazos se extendían y se
movían acompasados a la melodía, simulando el revuelo de las alas del cisne
blanco que el prestigioso coreógrafo exigía en aquella peculiar versión de El
lago de los cisnes en el que me habían asignado el papel protagonista.
El ballet lo había sido todo en mi vida desde bien
pequeño. Mientras bailaba parecía estar en otra dimensión donde todo era
relajación para mí. Mi cuerpo expresaba toda mi alegría en cada movimiento
enlazando los pasos adecuados para culminar la coreografía perfecta. Y allí
estaba, solo en el escenario de la noche del estreno, en el aire, exhalando la
mayor bocanada de oxígeno que hacia expresar la felicidad que no cabía dentro
de mí. Un revoloteo con mis brazos y mi pie derecho volvía a tocar el suelo
para seguirlo el izquierdo. Entre los dos y el resto de mi cuerpo, que se
movían entre el decorado del escenario dejándome llevar por mi pasión,
encadenaban todos los movimientos que me hacían feliz e iban hilvanando la
historia contada a través del baile. A través de mi figura. Todo mi ser se
elevaba, disfrutando de la coreografía. Vueltas, saltos, los movimientos
perfectos de pies y brazos y las posturas correctas de mi cuerpo se dejaban
llevar por la música. Disfrutaba de cada movimiento dejándome mecer por aquel
montón de notas bien hiladas que conformaban la melodía. Me sentía totalmente
libre en aquel escenario, con mi música de fondo. Mi complexión fluía de manera
rápida y relajada mientras mis compañeros entraban en escena. Los siento pasar
por mi lado bailando, todos acompasados y se oyen aplausos espontáneos del
público. Me notaba estar flotando en el mismísimo jardín placentero del Edén.
Lo que sentía cuando bailaba no lo sabía expresar con palabras.
Adoraba la libertad de mi cuerpo, los movimientos de éste. Ensayos y más
ensayos en mi vida se sucedían de manera continua. Unos en la academia y otros
al llegar a casa porque para mí bailar no suponía un esfuerzo. Era la vía de
escape a mis problemas. Sentir la vigorosidad y la movilidad de todos los
músculos que formaban parte de mi constitución corporal era la mejor sensación
que notaba dentro de mí. Comparable al sexo. A menudo mi coreógrafo decía que
cuando yo bailaba parecía estar haciendo el amor con la melodía. Y así me
sentía, mimado por la música, y yo la compensaba proporcionándole toda la
expresión de vida a través de los movimientos perfectos de mi cuerpo.
Y seguía la actuación de aquella noche de estreno. El
teatro estaba abarrotado de gente que había venido a vernos bailar y yo era el
centro de la coreografía. El cisne protagonista. Todo estaba saliendo a la
perfección y yo nunca me había sentido tan completo y lleno de felicidad
bailando. La sangre fluía de forma especial por mis venas aportándome una
vigorosidad que nunca antes había experimentado. La alegría hacia que me
volviese eufóricamente temerario y me entregase como nunca antes sintiendo
miles de sensaciones y emociones que parecía que ni existían para mi hasta
aquel maravilloso instante.
El momento culmen se acercaba. Todos mis compañeros se
preparaban para ayudarme. La música se alzaba de manera espectacular para el
gran instante de la obra, segundos que yo coronaria con mi orgásmico salto
dando paso a lo que iba a ser el clímax de la coreografía. Las notas se daban
paso unas a otras al igual que hacia mis pies. Y ahí estaba, el acorde exacto
en que debía dar al mundo lo mejor de mí. Con la ayuda de los demás bailarines
me alcé en el aire como nunca antes, entrecerrando los ojos, soltando un jadeo
de satisfacción. Mis piernas se separaban con la apertura perfecta y mis brazos
volvían a moverse imitando el perfecto y sinuoso aleteo de las alas del rey de
los lagos. Y cuando mi suspiro termino de salir de mis pulmones un pequeño
desequilibrio en los movimientos hizo que el clímax se viniera abajo. Entonces
llegaba ese maldito instante rotamente oscuro de todas las noches que lo
cambiaba todo para siempre.
Mis ojos se separaron lentamente legañosos y la luz de
una nueva mañana entraba en mis córneas, postrado como todos los días en mi
cama esperando que el enfermero me preguntara como había pasado la noche. Esa
mañana no estaba aún en la habitación. En frente de la cama había una foto mía
en el ballet que me recordaba mi vida pasada, esa vida que amaba, con la que
soñaba todas las noches después de aquel maldito accidente que me había dejado
postrado en la cama de por vida y con el único aliciente de sentarme en aquella
maldita silla de ruedas monitorizada que me llevaba de un lado a otro conducida
por mi boca. Todas las mañanas vivía la misma tortura: despertar después del
mismo sueño que había sido real la noche en la que, bailando, me había
desequilibrado y había caído en el escenario dañándome irremediablemente la médula espinal. Era irónico. Mi más amada afición había sido mi más perfecto
verdugo. Nunca hubiera esperado eso del baile.
Todos los músculos que antaño se movían fluidamente
ahora me dolían a pesar de no poder moverlos, pero me dolían aún más la falta
de movilidad y de intimidad. Lo único que se movía en mi cuerpo eran las
lágrimas que me tenía que secar mi enfermero cada vez que la melancolía me
hacía recordar lo que había sido una feliz y maravillosa vida pasada. Una vida
que contrastaba con la inconformista e indeseada existencia actual.
Toda la rutina empezaría en breves momentos. Tres
segundos para que pasase lo mismo de todos los días. Tres, dos, uno…… la puerta
de la habitación se abrió:
- Buenos días. ¿Qué tal pasaste la noche cisne? – me
preguntó el amable y atento enfermero entrando en el cuarto.
Y a partir de ahí los mismo de cada jornada. Esperar a
que pasasen las horas y llegase a la noche para volver a volar oníricamente
sintiendo los únicos instantes de felicidad mientras soñaba con lo que había
sido y ahora no es, una vida la cual realmente se rompía cada mañana al abrir
los ojos.
Javier de la Iglesia
Buen relato, un honor que sea el primero en el blog, esperamos contar con muchos más de este autor.
ResponderEliminarDesde A Estrada das Letras, muchas gracias, Javier.
Bonito relato👍
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